Es inevitable constatar que la realidad de la sociedad eslovena es esquizofrénica y enfermiza. Por un lado, asistimos a un conflicto dramático dentro de la coalición en el poder y en la política eslovena en general, cuyos principales actores tan sólo piensan en aferrarse a sus puestos para que no les arrastren y les tiren al cubo de la basura de la Historia por el descontento del pueblo. Y por otro lado, se encuentra la mayoría ciudadana rebelada contra el poder.
Es necesario preguntarse, dadas las circunstancias actuales, quién representa la realidad: la élite política que se comporta como un elefante en una tienda de porcelana y no deja de gangrenar a la sociedad, o los movimientos de protesta que exigen a los políticos que actúen según las normas éticas y morales.
Después de la última manifestación que reunió a varios miles de ciudadanos eslovenos en Liubliana el 12 de enero, está claro que [movimiento de protesta se equivocaron. El informe de la Comisión parlamentaria de la lucha contra la corrupción ha vuelto a impulsar la oleada de protestas, al desvelar las transacciones no declaradas sobre las cuentas bancarias y los activos de Janez Jansa, primer ministro y jefe del partido en el poder [el Partido Demócrata Esloveno, SDS, liberal], y Zoran Jankovic, jefe del principal partido de la oposición [Eslovenia Positiva, PS, de centro-izquierda].
En este momento, la sociedad eslovena se encuentra en una encrucijada: o se convierte en una auténtica democracia, o sigue siendo una cleptocracia. Los próximos días, semanas y meses serán cruciales. Ha llegado la hora de escuchar la voz de los ciudadanos. Y de que se tenga en cuenta.