“¿Tiene problemas con los inmigrantes de Europa Central y Oriental? ¡Queremos conocerlos!” El sitio web del partido de extrema derecha neerlandés acoge a los visitantes con esta pregunta, mezclada con incitación. Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, famoso por sus diatribas contra el islam y los musulmanes, descubrió un nuevo filón para atraer el voto de los neerlandeses medios. En febrero, su partido lanzó un sitio ideado para recoger los testimonios sobre los problemas causados por “los polacos, los búlgaros, los rumanos y los demás europeos del Este”.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas de Países Bajos, alrededor de 200.000 europeos del Este se han instalado legalmente en el país en 2011. Los 136.000 polacos constituyen la mayoría. También están registrados 2.708 lituanos, 1.885 letones y 665 estonios. En un país de 17 millones de habitantes, esto representa apenas más del 1%.
Resulta interesante constatar que el odio de la extrema derecha hacia los inmigrantes que no respetan los valores occidentales ha cambiado de objetivo. Tras el 11 de septiembre, el islam y los musulmanes se convirtieron en los chivos expiatorios de todos los males de la sociedad: hoy asumen esa función los europeos del Este.
Una situación paradójica
Simon Kuper, periodista del Financial Times de origen neerlandés, destaca varios motivos por los que se ha producido este fenómeno. En primer lugar, en Países Bajos tienden a limitar la inmigración que procede del exterior de las fronteras de la Unión: el número de marroquíes o de turcos disminuye.
En segundo lugar, los musulmanes se integran con más facilidad. Hablan neerlandés en casa y no ocupan el primer lugar en las estadísticas de delincuencia. Por lo tanto, según Simon Kuper, no resulta sorprendente que los habitantes de Europa Central y Oriental llegados en masa a Europa Occidental hace unos años se conviertan poco a poco en “los nuevos musulmanes”. Ante los ojos de los occidentales, están marcados con el sello de la era post-soviética, hablan idiomas incomprensibles y parecen tan extranjeros como los turcos o los marroquíes.
La huella de la Guerra Fría sigue separando a los europeos del Oeste y del Este. Estos últimos se han convertido en una herramienta retórica más para los populistas. La discriminación hacia los europeos del Este se ha incentivado por el hecho de que se les considera menos europeos que los occidentales y por lo tanto, menos civilizados y menos tolerantes.
Existen motivos evidentes. A diferencia de los occidentales, los europeos del Este no son “políticamente correctos”: manejan un cóctel bastante explosivo de intolerancias compuestas por el odio hacia los negros, la homofobia o el antisemitismo, que son tabús en Occidente.
La experiencia de la emigración no cura a los lituanos de la intolerancia, sino más bien al contrario. Al regresar de Londres, de Dublín o de los países nórdicos, multiplican los relatos sobre los negros, los musulmanes o los otros que no son europeos y que ocupan Europa, con lo que refuerzan aún más los prejuicios locales. Sobre todo, no admiten que ellos mismos también pueden ser considerados como “ocupantes” por los occidentales.
Precisamente el racismo, la homofobia y la falta de democracia es lo que esgrimen los europeos occidentales para justificar su diferencia con los del Este. Una situación cuanto menos paradójica, ya que en Occidente la xenofobia y el racismo son argumentos en los que se basan los partidos nacionalistas que cobran cada vez más importancia.
"La maldad en el alma de la gente"
La Eurocopa 2012 que acaba de finalizar ha sido el símbolo perfecto de esta estigmatización. La prensa occidental ha aprovechado la ocasión para hablar de los problemas de Europa del Este, reforzando de este modo los estereotipos nacidos en el siglo pasado. Son innumerables los artículos sobre el racismo y el antisemitismo en Polonia, las clases populares en Ucrania y las chicas fáciles de Europa del Este.
Antes del inicio del campeonato de fútbol, un anuncio de la televisión neerlandesa animaba a las mujeres a no dejar que sus maridos se fueran a Ucrania o a Polonia. “Firmen un contrato de 3 o 5 años con la compañía energética de Países Bajos y recibirán de regalo un bidón de cerveza”, sugería una voz femenina con tono de conspiración.
Este anuncio es un ejemplo evidente de sexismo y de racismo. Los europeos del Este se presentan como jamás se presentarían a los neerlandeses. No es de extrañar que las activistas ucranianas de Femen, famosas por sus acciones públicas en 'topless', acogieran la Eurocopa 2012 con el eslogan: “¡Ucrania no es un burdel”.
Pero es uno de los estereotipos menos crueles. En Leópolis, el periodista Michael Goldfarb del Guardian afirma haber percibido “la maldad en el alma de la gente”. Su objetivo fue Polonia. Denominó a este país “el centro del Holocausto” sin recordar la responsabilidad del régimen nazi.
¿Cómo hacer que cambie esta imagen en la Europa actual modelada por la Unión? La respuesta está en manos de los “fontaneros polacos” y las “ucranianas fáciles”.