No habrá otra dictadura. Como pasó durante los años en que el poder estaba en manos de la derecha, quienes han gritado "dictador Basescu" [presidente de Rumanía desde 2004] lo han hecho contra el vacío.
No volverán aquellos tiempos en que se compraban los alimentos con la cartilla de racionamiento [con Nicolae Ceaucescu]. Y tampoco esos en los que nadie osaba decir lo que pensaba, por miedo a ser considerado confidente de un partido o de la Securitate. Pero sin embargo la situación ya no será de color de rosa.
No habrá otra dictadura. Traian Basescu ha querido ser un "presidente-jugador" y no ha jugado bien sus cartas. Ha hablado mucho, pero no ha dicho nada y ha generado muchos enfrentamientos. Su "estilo" conflictivo se vuelve hoy en su contra. La USL [Unión Social-Liberal] y su Gobierno [dirigido por Victor Ponta] han lanzado una ofensiva para destituir al presidente, y ése es su único proyecto. Y para hacer realidad su sueño, desprecian tanto las reglas democráticas como las instituciones del Estado de Derecho. Como pueden, lo hacen.
Si consiguen destituir a Basescu [se prevé que se realice una votación en el Parlamento el 6 de julio], modificarán muy probablemente la Constitución, que significa para ellos exactamente lo que significaba la propiedad privada para Ion Iliescu [expresidente de izquierda en los años noventa]: "un capricho". Y la cambiarán de la manera en que quiere Crin Antonescu [presidente electo del Senado desde el 3 de julio], eliminando completamente las prerrogativas del presidente, o pasando a una república parlamentaria, para que el futuro presidente, Crin Antonescu, pueda adormilarse con toda tranquilidad en el Cotroceni [el palacio presidencial] regodeándose en su propia autosatisfacción.
Ponta terminará en el olvido
Incluso sus colegas se dan cuenta de que sería inoportuno confiarle cualquier labor, y mucho menos enviarlo al Consejo Europeo, al menos mientras no tenga capacidad para mantener una conversación en una lengua extranjera.
Y Victor Ponta no parece apenas interesado en su futura carrera política, que entierra cada día un poco más: sin duda pasará a la historia como "el primer ministro más joven" [tiene 39 años]. Se ha hecho tomar una foto en el Consejo Europeo [adonde fue el 28 de junio en lugar del presidente Traian Basescu, y en contra de la voluntad de éste], pero con esto ha agotado casi todas sus ambiciones. No puede convertirse en un verdadero dictador, porque para ello es necesario tener algunos rasgos autoritarios.
La acusación de plagio [sobre su tesis doctoral en derecho] lo seguirá a lo largo de su carrera, independientemente de la conclusión oficial a la que llegue la comisión de ética. Está acabado desde un punto de vista moral, y en la Unión Europea la moral cuenta en la política. Y él lo sabe muy bien. Pero continua jugando, a nivel interno, el rol de pequeño dictador de transición, tomando ciertas decisiones empujado por el sistema de partidos que le apoya.
The Economist tenía razón: terminará en el olvido, desviado de su propósito político. Y eso también lo sabe. Dejará entonces, de buena voluntad, su lugar a una persona que sepa realmente sacar provecho al sistema de partidos-Estado autoritario que se está configurando.
La sociedad civil debe alzarse
En todo caso, Rumanía ya ha comenzado a perder en el largo plazo. La nota del país baja y continuará bajando. El programa de medidas económicas convenidas con el FMI y la Comisión Europea se ha bloqueado, así que podemos despedirnos de las ayudas internacionales. La deuda exterior ya es muy elevada y nuestra descendencia deberá pagar la factura. Es posible que una parte de los fondos europeos de los cuales nos hemos beneficiado (pocos porque no hemos sido capaces de atraer más) sean también suspendidos.
El embajador norteamericano ha expresado abiertamente su inquietud: “La estabilidad de las instituciones del Estado resulta esencial para Rumanía y para su futuro”. Pronto tocará el turno de la reacción de los inversores: algunos se irán, otros renunciarán a instalarse en un país inestable, en el que el Gobierno no resuelve los verdaderos problemas pero se obstina en hacer la guerra al presidente. Y donde la justicia es despreciada por el primer ministro y por la mayoría parlamentaria.
No, no habrá dictadura, porque hay un Parlamento, ¿o no?. Desde luego, la oposición parlamentaria podría ser reducida a un 1%, como querría Crin Antonescu. Pero seguiremos teniendo elecciones “democráticas”. Probablemente inspiradas en el modelo de Bielorrusia o de la Serbia de Milosevic. ¿Quién podría oponerse entonces? De todas formas, la prensa ya no tiene la influencia de la que disfrutaba en los años 90, e incluso podría ser acallada por una ley de prensa. La sociedad civil y los ciudadanos se deben alzar ahora para defender el Estado de derecho y la democracia. Cuando tengamos que comprar alimentos otra vez con tarjetas de racionamiento, será ya demasiado tarde.