"La democracia del conocimiento", Daniel Innerarity
Su último libro, 'La democracia del conocimiento. Por una sociedad inteligente' (Paidós), versa sobre las exigencias de la gobernanza de la complejidad.
La crisis en España ya se ha cobrado un gobierno.
La teoría que circula por Europa es que la crisis en los países fuertes se lleva a un gobierno por delante, como Francia y Alemania; en los países débiles o periféricos se lleva dos, como en Irlanda y Grecia, se va a llevar al segundo en Italia, se va a llevar a la derecha en Portugal… La pregunta es a qué club pertenece España. Y le puedo dar una apreciación: la personificación que el PP ha hecho tan fuerte en Zapatero de todos los males, las causas y los orígenes de la crisis se va a convertir en un bumerán, porque se traduce, a partir del 20N, en expectativas que se van a volver contra Rajoy como un una expectativa excesiva, muy peligrosa de gestionar. Del mismo modo que a Zapatero se le reprochaba no haber reconocido la crisis a tiempo, a Rajoy se le puede criticar por no haber reconocido el carácter global de la crisis. Puede ser una losa muy pesada.
El propio José Ignacio Wert, hoy ministro, decía hace tres años en estas páginas que los españoles han interiorizado que, al margen de la capacidad de reacción de Zapatero, la crisis vino desencadenada por los mercados financieros estadounidenses, que el PP había perdido la batalla de la culpabilización de Zapatero. Y por tanto, al ser un agente exterior aplica un principio de irresponsabilidad.
A veces ocurre que lo que facilita que una oposición acceda al gobierno le dificulta luego encontrar la comprensión de la sociedad cuando aparecen las dificultades de gobernar. Personalmente soy muy comprensivo con eso que se vitupera como “improvisaciones” de quien gobierna, fuera entonces Zapatero o ahora Rajoy, porque en momento de crisis no hay recetas ni planes. Las crisis no se gestionan sino que se combaten. Soy menos indulgente, en cambio, frente a quienes juegan con una lógica u otra según les convenga y hacen lo que podríamos llamar “un uso alternativo de la complejidad”. Las cosas son simples cuando tu gobiernas y complejas cuando lo hago yo. Una de las cosas más ilustrativas de lo que está pasando con la crisis, con el 15M y con la crisis en general: la sociedad es muy poco sincera con ella misma. Somos muy poco sinceros con nosotros mismos. Vivía en Francia estos años, y allí en un banco no te aceptaban una hipoteca por más del 30% de los ingresos del hogar, esa era la praxis habitual. También es verdad que cuando estalló la crisis estaban discutiendo una ley similar a la de Clinton, de acceso universal al crédito. A mí es una cosa que me obsesiona últimamente, bueno, me obsesiona y también lo miro con una cierta indulgencia: la sociedad…
¿…voluntariamente irresponsable?
Sí, la sociedad se dota de un sistema sobre el que descarga la responsabilidad y al que convertimos en chivo expiatorio para proyectar nuestra insatisfacción. Y a menudo la desafección ciudadana de la política dice más de la sociedad que de la política. Una de las cosas más preocupantes de nuestra sociedad es que hay muchos mecanismos para justificar la irresponsabilidad, uno de ellos, el desprecio a la clase política. La política podría hacerlo mejor, por supuesto, pero a menudo la desafección ciudadana hacia la política habla peor de la sociedad que de la política. Modificando aquella frase famosa, a veces no está mal mirar el dedo que señala a la luna en lugar de mirar a la luna. Si una sociedad está enfadada y no participa en política porque está desencantada, el analista social tiene que preguntarse por el sistema político que es el objeto de las iras, pero también habría que examinar la estructura moral misma de la sociedad, qué tipo de irresponsabilidad organizada y mecanismos de exculpación hay en una sociedad.
Mayo del 68 francés, que tenía un sustrato intelectual bastante naif, afectó al pensamiento político durante las siguientes tres décadas, sobre todo en la creación de la corrección política y el respeto a las minorías, procesos que tienen sus propias perversiones pero que también han aportado mucha calidad moral a la política. Por eso el 15M, que es mucho más sofisticado en sus formulaciones, aunque no deje de ser una versión nueva de la antiglobalización, a la larga debería tener un efecto, aunque sólo sea en tanto que síntoma.
Hay un gran dilema. Por un lado, fenómenos como el 15M dicen mucho del gran desconcierto que hay en las formas de protesta. Dado que los poderes no son tan fácilmente identificables y localizables —están los mercados, el G20, Europa…, pero no hay soberanos concretos a los que exigir cuentas—,en función de esto la protesta se ha vuelto muy difusa, poco dirigida. Y cuando se dirige, lo hace con cierta torpeza. Creo que el gran dilema de estos movimientos, no es, como se les ha reprochado mal, “que no hay programa, no son concretos”. Bueno, no tienen que tener un programa porque no se van a presentar a las elecciones. No, su dilema es si van a resolver esa fuerza y esa crítica en una lógica política o van a escapar de la política, porque hasta ahora es más un genérico malestar que crítica concreta. Y esto se debe a que la protesta ha dejado de ser revolucionaria y se convierte en expresiva. Buena prueba de ello es que el 15M desató una verdadera competición por el slogan más ingenioso. Por eso me permito aventurar que no estamos en una fase nueva de las grandes revoluciones que han ido pautando el devenir de las sociedades democráticas sino ante un fenómeno vinculado a la espectacularización de nuestra vida pública.
De otra manera, si va a servir para mejorar la responsabilidad política de la ciudadanía o como mecanismo de expresión de hartazgo.
O incluso para difuminar la responsabilidad política, porque todos los movimientos sociales tienen efectos perversos. Un efecto perverso sería que desaparecido esto se quedaran satisfechos pensando, “ya hemos protestado, ya está”. O que por ejemplo, mejore la situación económica y esto ya no tenga ningún sentido, cuando no debería ser así. Pero yo voy más a que esta gente tendrá que optar: formular sus críticas de forma que sean políticamente discutibles o formularlas de manera que sean moralmente impecables. Por ejemplo, si tú dices que hay que devolver el protagonismo a los ciudadanos, pues eso nadie lo puede objetar. O si dices que los poderes financieros están achicando el espacio de la política; estamos de acuerdo todos, derecha o izquierda; luego a unos les gusta más y a otros les gusta menos, pero estamos de acuerdo. Lo que tienes que ser es consciente de que los seres humanos tenemos una condición política, y la manera como formulemos nuestras aspiraciones, nuestras críticas, nuestras protestas, tiene que ser todo lo imaginativa y utópica que se quiera, pero tiene que estar dentro de un marco de inteligibilidad política. Y si no, es absolutamente ineficaz. Si no, es la típica reclamación utópica e irrealista que deja al sistema incólume. A mí me preocuparía que la crítica, el potencial de crítica, que hay en fenómenos como el 15M, no es que me parezca demasiado radical, sino que es poco radical porque no matiza y no se vierte en formulaciones que tengan lógica política.
¿No son entonces revolucionarios?
Es que nos ha pasado algo que tal vez no hemos advertido suficientemente. Se nos ha desestructurado el lenguaje relativo al cambio, con lo que todo ello supone de concepción del tiempo histórico y de la intervención política. En el lenguaje progresista la revolución ha sido sustituida por la modernización, la adaptación y la innovación; las reformas son un término más bien de derechas; y en la izquierda extrema hay gestos críticos, pero no una teoría crítica de la sociedad (mucho menos un programa de acción). Buena parte de lo que dice y hace no son más que ademanes de “heroísmo frente al mercado” o simple melancolía. Tampoco se encuentra un contraste revolucionario en el exterior del sistema político, en la fuerza exógena que pudieran representar los movimientos de protesta o indignación. El actual desencanto ideológico se pone de manifiesto en el hecho de que ni la izquierda ni la derecha extremas están especialmente interesadas por intervenir a través de los habituales procedimientos de representación. Tanto el individualismo conservador como el izquierdismo radical se entienden a sí mismos como “contrapoderes”, como “para-política”. En el ideario de ambos el pirata representa el paradigma de la lucha contra la rigidez del estado o contra el orden neoliberal; por distintos motivos, e incluso contrapuestos, la piratería es considerada como la estrategia más adecuada a las evoluciones económicas y culturales del capitalismo.
¿Y no es más importante cómo la política reaccione a que ellos sean capaces de convertirse en actores políticos? Quiero decir, que el efecto del 15M, más que en lo que el movimiento en sí haga, podemos verlo en cómo las izquierdas, que son las más concernidas por esas demandas, mejoren la salubridad de la vida política.
Ahí hay varios planos. Hay un plano de malestar ante cosas que la democracia puede perfectamente mejorar y tiene instrumentos para hacerlo, como es todo el tema de la corrupción, las posibles reformas de los sistemas electorales, por supuesto todo lo que tiene que ver con la gestión del empleo o la vivienda… digamos que ese es un plano en el que las soluciones están inventadas, es cuestión de aplicarlas. Y hay otro plano, que me parece que es el más complejo, que es cuando la insatisfacción se dirige a la circunstancia concreta de lo que supone esta crisis: rescates de bancos, debilidad de la política, acoso de los mercados, falta de previsión del futuro… Esos son ámbitos en los que las soluciones no están y la política está ante una evidente presión de innovar, de buscar soluciones nuevas. Y las formulaciones de malestar no contienen la solución. Creo que, sinceramente, aunque sea obsceno el rescate de los bancos y que luego esos bancos no hayan disminuido los bonus a sus ejecutivos, cualquiera en su sano juicio cree que los bancos tienen que ser rescatados. Ahí hay mucho matiz que hacer, por eso es tan difícil decir si está uno a favor o en contra.
Pero la percepción es que la política convencional ha perdido funcionalidad.
Esto es síntoma de un tiempo en el que a la política se la ha despojado del carácter de acción que podría producir un cambio hacia algo mejor. Y esto ocurre mientras que el cambio cultural, social o tecnológico es una constante imparable. Ha desaparecido la esperanza en un cambio de naturaleza política. La política es el ámbito social que más impresión da de paralización; ha dejado de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a ser un lugar en el que se administra el estancamiento. Esta circunstancia es valorada de diferente manera según sea uno un liberal que lamenta la lentitud de las reformas o un izquierdista que se queja de la ausencia de alternativa. La indignación, el compromiso genérico, el altermundialismo utópico o el insurreccionismo expresivo no deben ser entendidos, a mi juicio, como la antesala de cambios radicales sino como el síntoma de que todo esto ya no es posible fuera de la mediocre normalidad democrática y del modesto reformismo. El problema de los grandes gestos críticos no es que se proponga algo diferente, sino que las cosas suelen quedar inalteradas cuando las modificaciones deseadas están fuera de cualquier lógica política.
No vivimos tiempos sutiles.
Una cosa es que haya modificaciones en los sistemas de representación y otra es eso que alimenta el movimiento 15M y otros fenómenos, que es lo que yo considero la única utopía viva, la utopía de la desintermediación, que se manifiesta en fenómenos como Wikileaks, como las redes sociales en general, la crítica, no de los procedimientos actuales de representación, sino de la idea misma de representación… Yo creo que eso son ilusiones. Hay protestas que tienen por objeto cuestionar determinadas decisiones y las hay que critican la parcialidad de la representación, pero el fenómeno contemporáneo de la indignación representa un grado más en la medida en que critica la idea de la representación como tal y tiene como trasfondo el ideal de una democracia directa y sin mediaciones. «No nos representáis» es un eslogan profundamente antipolítico porque no hay política sin representación. En la indignación hay muchas cosas, buena parte de ellas muy estimables, pero suele faltar una crítica política de la política. Los políticos hacen mal algo que nadie hace mejor que ellos. Podemos sustituirlos, tal vez debamos hacerlo, pero no deberíamos dejarnos engañar con el señuelo de que quienes los remplazaran no fueran, a su vez, políticos.
El fin de la desintermediación es un campo abonado al populismo.
Sí, es populismo y luego se ha demostrado que las mediaciones son inevitables: Wikileaks no habría sido lo que fue si no hubiera un trabajo de periodistas, las redes sociales son ámbitos de poder… Creo que hay que mirar con mucha atención y con una cierta dosis de escepticismo esa especie de ingenuidad de pensar que un mundo sin mediaciones es posible. Lo que tenemos que hacer es mejorar las mediaciones que tenemos. Ojalá haya mejores periodistas, mejores políticos, mejores sistemas de representación, pero desde luego no tiene ningún sentido —y es lo que están deseando, por cierto, populistas y neoliberales—un mundo sin mediaciones. Me llama la atención siempre la coincidencia en el esquema de los neoliberales que en el ámbito económico deseaban un espacio mercantil libre de regulaciones y las lógicas libres que parecen prometerse en el mundo de las redes sociales. Lo que está en juego en este debate es si una sociedad democrática puede saltarse las limitaciones de la representación y prescindir de sus beneficios. La representación es un lugar de compromiso y mediación, donde se asegura la paridad, por ejemplo, o el equilibrio territorial, que no se autorregula sino que requiere decisiones explícitas. Es una ilusión dejar esos complejos equilibrios al albur de la espontaneidad. La autorregulación mercantil de la derecha y la autorregulación política de la izquierda son prejuicios muy similares que coinciden en minusvalorar la dimensión artificial del espacio público.
No por nada a los ultraliberales se les dice anarcoliberales.
Y hay un origen idéntico en la ideología californiana. Buena parte de la izquierda norteamericana y del ciberanarquismo tiene sus orígenes en lo que fue el 68 californiano. La expectativa de superar el marco de la democracia representativa cuenta con partidarios en ambos lados de espectro político: lo que los movimientos sociales de los 60 representaron en el imaginario de la izquierda se encuentra igualmente en la apelación neoliberal a la sociedad civil en los 90. Se trata de una coincidencia que debería al menos hacernos pensar. Este tipo de procesos, a medio plazo, rearma la necesidad de una mayor cesión de soberanía a la Unión Europea.
Algunos creen que la crisis puede destruir la UE, y otros que puede acelerar la integración europea, a pesar de que el sentimiento europeísta esté en retroceso en estos momentos.
Pero no es tan problemático. Mi tesis es la siguiente: La legitimación del poder político tiene muchas dimensiones, la más importante de las cuales es la representación, la elección y el apoyo popular explícito, sin duda. Pero no es la única. Hay un tipo de legitimación, que es la legitimación funcional, que a medida que el nivel en que nos movemos se distancia del plano de los individuos aumenta en significación. Dicho de una manera menos técnica: si en Europa se toman las medidas correctas, por tanto, si Europa acierta funcionalmente, eso relegitimará Europa de una manera mucho más radical que un referéndum griego, insisto, de manera mucho más radical. Esto nos acerca a una cierta lógica tecnocrática. Pero es que la sociedad está hecha de las dos cosas: el poder político es legítimo tanto por haber sido elegido como porque es competente. No nos olvidemos de las dos cosas. En estos momentos en Europa, con la que está cayendo, el eje de la balanza se está yendo, para algunos peligrosamente, hacia el lado de la competencia: tecnócratas en Grecia y en Italia. Pero esto no está absolutamente fuera de la lógica democrática habitual. Nosotros a los gobernantes les exigimos apoyo popular y competencia. Siempre las dos cosas.
Pero dado que estamos viendo que el modo en que se presentan los procesos es importante, y de ahí el desapego a la política, lo que ha ocurrido con los gobiernos de Grecia e Italia puede multiplicar ese desapego, por esa apariencia de que han sido los mercados los que han decidido esos gobiernos…
Comparto esa preocupación, pero también los mercados han hecho cosas positivas como, por ejemplo, expulsar a Berlusconi, un personaje nefasto para Italia y Europa, que contaba con un enorme apoyo popular. Si entendemos la lógica democrática únicamente como apoyo popular nunca hubiéramos podido desembarazarnos de ciertos incompetentes populares porque Berlusconi es un personaje que ha gozado siempre de una gran legitimidad en términos de apoyo popular. Ha ganado varias elecciones, no ha tenido grandes dificultades para construir mayorías de gobierno… y ahora que los mercados están tan mal vistos, los que se lo han cargado han sido los mercados. Creo que en una sociedad bien constituida están jugando siempre estos dos principios, se van articulando estos dos principios, funcionalidad económica y apoyo popular. Berlusconi funcionaba por un solo pie, y el pie era curiosamente pura legitimidad popular. Y lo que se ha demostrado es que era un mal gestor y que toda su carrera profesional no ejemplifica el éxito de un hombre que lucha denodadamente, un self made man, en un mercado libre, sino todo lo contrario, ha sido un hombre que ha hecho carrera económica a base de favoritismos, mezclando influencia mediática, poder político… No pensemos que el mercado es tan malo cuando ha terminado expulsando de su seno a una persona que, en el fondo, no representa ninguno de los valores que el liberalismo ha entendido que hacían del mercado una relación entre sujetos libres mejor que la relación del antiguo régimen, sometida al feudalismo por ejemplo.
Y por otro lado, Fernando Vallespín explicaba que donde entra el pensamiento científico técnico no entra la democracia: un piloto no somete a votación una maniobra de aterrizaje; un ingeniero no propone votar cuántos pilares tiene un puente. Se nos ha presentado la economía como una ciencia, y además como un arcano. Las recetas para sacarnos de la crisis se pretenden científicas y por tanto no están sujetas al concurso democrático, y además en estos países serán implementadas por individuos elegidos de forma anómala.
Respecto a esto, la economía en estos últimos cuarenta años ha seguido una deriva que la ha hecho cada vez más opaca, también mediante un proceso de auto-empoderamiento de los profesionales, se ha hecho menos transparente y menos susceptible de ser decidida por la ciudadanía. Es un hecho cierto que en las facultades de económicas y en las escuelas de negocios, toda la dimensión de la econometría ha ido ganando terreno frente a las digresiones, por así decirlo, de letras, las dimensiones que acercaban la economía a los territorios de la sociología, la ciencia política, la filosofía o la ética. Una de las cosas que ha revelado la crisis es que la economía ha sido, en tanto que ciencia dominante, una ciencia muy estrecha. Y por tanto, una de las salidas a la crisis en términos de cómo concebimos lo económico, debería ser recuperar a la economía como una ciencia que está entreverada con otras ciencias humanas y sociales, y por tanto que incluye en la toma de decisiones elementos políticos, sociológicos, de cohesión social y medioambientales… Ese es el modelo que ha fracasado. Ahora mismo puede haber una situación de emergencia, y lo entiendo, de control de cuentas públicas, y en eso transitoriamente puede haber un paso que, en economías muy falsificadas, sea necesario transitar. Pero, o volvemos a una concepción de la economía como la que han tenido los grandes economistas, que han sido también grandes políticos y grandes hombres de letras, como Keynes, Marshall, Marx, Adam Smith o David Hume…, en la cual la economía es concebida como formando parte de un todo en el que intervienen criterios políticos, éticos, económicos y medioambientales, o no saldremos de la crisis desde el punto de vista conceptual. Y por tanto, desde el momento en el que concibamos la economía así, dejará de ser entendida como una ciencia exacta, se convertirá en una ciencia inexacta, que es lo que debe ser. Entonces ya no estaremos en el esquema que citaba Fernando Vallespín, que es el de “tú te callas porque esto lo sé yo” y estaremos en un sistema de participación. Volveremos a poner las grandes decisiones económicas en manos de una trama en la que intervienen no sólo criterios de econometría pura, sino también criterios políticos, de cohesión social, de equilibrio ecológico, que hacen de la economía algo controvertido. Y eso es lo sano de la economía. Mal asunto cuando la economía se instala en el espacio de lo indiscutible.
En las últimas elecciones, la mayoría absoluta de Rajoy, venía acompañada ya en las encuestas de entonces, por una mayoría de partidarios de menos recortes y más estímulos económicos. ¿Es esquizofrenia?
Es cierto que ahora lo que mueve a las sociedades son más bien energías negativas que positivas y que las promesas tienen muy poco eco político. Y de hecho asistimos a procesos más bien de desgaste, las crisis se están llevando gobiernos por delante de derechas y de izquierdas, las medidas que se están aplicando son muy similares… lo que hay en la sociedad es una cierta desesperanza en relación con el status quo y lo que quieren es que cambien los actores. Pero ese es un movimiento muy concreto y muy compatible con albergar en su seno la contradicción a la que aludes. En esta línea también creo que si el cambio político no produce en un plazo relativamente breve de tiempo un cambio en la situación económica, como el PP ha personificado tanto el origen en la figura de un presidente del Gobierno, indirectamente ha despertado una expectativa sobre Rajoy que seguramente sea exagerada.
La percepción es que determinismo de los mercados es el que dirige la acción política.
Creo que entramos no tanto en eso que se dice en la izquierda clásica del poder de los mercados frente a los estados, yo creo que más bien estamos entrando en una época en la cual la política tiene que gestionar con habilidad con inteligencia dos grandes limitaciones, yo la llamaría la Era de las Constricciones. Primero, una limitación de tipo cognitivo: de entrada, quien está en el puesto de mando político no puede tener toda la información, ni tenerla en el momento preciso. Por otro lado, si se trata de regular cuestiones tan complejas como los mercados financieros, o la innovación científica en general, nuestros modelos de gobierno necesitan un suplemento cognitivo que no tienen. En estos momentos, saber qué haría falta para regular los mercados financieros es un conocimiento que a los reguladores solamente se lo pueden proporcionar los regulados. Eso da vértigo porque supone entender que en última instancia o en muy buena medida estamos en manos de los regulados. Vale para muchas otras materias, por ejemplo, la biotecnología, el deporte… Vamos a regular cuestiones de tal complejidad que no se pueden gobernar desde fuera y que necesitan el concurso de los afectados, y ahí hay formas de participación política que no son simplemente el voto y la representación, sino que tienen que ver con corrientes de circulación de saberes, de competencias y de conocimiento.
¿Y la segunda limitación?
Es una limitación práctica, en términos de soberanía: el estado ya no es el héroe de la sociedad que decide soberanamente, sino que para los grandes problemas tiene que entrar en contextos de soberanía compartida hacia dentro y hacia fuera. Tiene que buscar fórmulas para hacerse cargo de la complejidad interior de las sociedades, que tiene que ver con sociedad civiles más activas, estados plurinacionales, o simplemente sistemas funcionales autónomos, como las universidades o los sindicatos. Y por otro lado, en los contextos en los que se mueve, la única manera de ganar competencia y poder es ceder soberanía. De algún modo lo que los estados hacen ahora mismo es intercambiar soberanía a cambio de poder. En el caso de Europa es paradigmático.
Pero si la gente percibe que la cesión de soberanía no resuelve la crisis sino que la agudiza…
Pero eso pasa porque la gente no ha entendido que la crisis sólo se puede resolver en términos de mutualización. Es decir, el que tiene una deuda pendiente de pagar y el que tiene una deuda pendiente de cobrar están en un juego de suma positiva. En Europa se vive con una especial intensidad la realidad negativa del contagio y la realidad positiva de la exigencia de cooperación, y por tanto, la inexistencia práctica de juegos de suma cero. Pero ciertas actitudes propiamente políticas, como la de Angela Merkel, están tratando problemas que exigen una mirada de mutualización de riesgos con una lógica de soberanía. La deuda que se me debe solamente la puedo cobrar si le va bien a quien me debe. Ahí un juego más sutil, que no es el juego este simplón de estado contra mercado.
En su libro, usted insiste en que la gestión inteligente de la complejidad es la única salida posible, no ya a esta crisis, sino a los desafíos que plantea el mundo contemporáneo.
Si la crisis económica se ha producido en buena medida por la tiranía del corto plazo frente a la visión sistémica de la economía y su encaje en una sociedad del conocimiento, solo saldremos de ella si invertimos la tendencia. Una de las pruebas de ello sería precisamente que pusiéramos todo el empeño en aquellas actividades que tienen que ver con la construcción de otro modelo económico y social. Y no es una cuestión únicamente de dinero: en este país no está suficientemente valorado el trabajo del conocimiento, la investigación, aunque los discursos oficiales parezcan decir lo contrario.
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