Brasil es un Estado laico que posee la mayor comunidad católica del mundo, pero eso podría cambiar. El avance de una revolución evangélica está sacudiendo política y socialmente al país. Este colectivo ya representa casi un tercio de los brasileños y podría convertirse en el culto mayoritario para 2032. Su agenda, marcada por un carácter ultraconservador, pretende ilegalizar por completo el aborto, prohibir el matrimonio igualitario o defender la familia tradicional.
Muchos evangélicos brasileños sueñan incluso con sustituir la Constitución por la Biblia. Una utopía que cobra sentido a mediano plazo ante el gran avance de su comunidad: en la Cámara de Diputados volverán a tener al menos un quinto de los escaños, y el perfil promedio será un varón blanco, casado, cristiano y con estudios. Cerca del 70% de esta población votó por Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de 2018 y entre un 60 y un 65% lo hicieron en la primera vuelta de 2022. El líder ultraderechista se mostró como su gran aliado y llegó a bautizarse como evangélico en las aguas del río Jordán. Ahora el desafío será para el nuevo Gobierno de Lula da Silva.
Bolsonaro y los evangélicos, una alianza ultraconservadora
La conexión de la extrema derecha brasileña con el movimiento evangélico es profunda. Es una de las tres patas que la sostienen junto al lobby de las armas y el de la ganadería extensiva. Bolsonaro es consciente de que su poder durante los últimos cuatro años se debe en parte a ellos. De ahí sus constantes gestos hacia esta comunidad: el lema en la campaña de 2018 fue “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, y su primer acto como presidente fue un rezo colectivo junto a su familia, también evangélica. Detalles que buscaron ganarse la confianza de miles de pastores evangélicos repartidos en Brasil.
Se estima que los pastores son capaces de dirigir el voto de entre el 70 y el 80% de sus fieles, por lo que los políticos se disputan su apoyo. En este recorrido político comparten luchas, como la que tienen contra el Tribunal Supremo de Brasil. Este organismo ha sido uno de los mayores rivales de Bolsonaro y muchos evangélicos lo consideran como un foco progresista al que culpan de aprobar leyes como la del matrimonio igualitario en 2013, o de bloquear los intentos constantes de ilegalizar las tres causales contempladas en el aborto. Han soñado durante décadas con controlar la justicia, y Bolsonaro dio un paso importante a finales de 2021 al nombrar al primer juez evangélico como miembro del Tribunal Supremo.
Politizar la religión ha sido una constante durante su mandato. Aunque el grupo evangélico es heterogéneo, la mayoría se inclina por Bolsonaro y esto ha supuesto la demonización de su máximo rival, Lula da Silva. La extrema derecha hizo su campaña electoral contra el Partido de los Trabajadores desde centros religiosos evangélicos donde tildan al líder izquierdista y su movimiento como “el mal” o un rival “satánico” al que derrotar. Esas posturas, que radicalizaron la campaña, le dificultarán el gobierno a Lula.
Marketing para unos, ayudas sociales para otros
El evangelismo en Brasil ha triunfado, entre otras, por ser diverso y transversal. No hay un poder centralizado, sino cientos de iglesias independientes. Esa estructura le permite extenderse por diferentes capas sociales, desde magnates multimillonarios hasta personas en situación de pobreza extrema. Algo que hace que su discurso y poder se adapten en función de las necesidades de su comunidad.
Las iglesias ricas poseen templos para decenas de miles de personas y actúan como empresas de marketing. A los fieles los controlan a través de medios de comunicación, como la Iglesia Universal del magnate Edir Macedo, que posee el segundo conglomerado mediático más grande Brasil. También a través de productos, que asemejan a sus iglesias más a centros comerciales que a lugares de culto.
Eso contrasta con las miles de iglesias evangélicas que florecen en pequeños locales de los barrios más pobres de Brasil. Su labor es bien diferente. Estas congregaciones hacen de Estado donde el Estado nunca ha llegado: realizan labores sociales, como actos caritativos, desintoxicar a drogodependientes, eliminar la ludopatía o reinsertar a los presos. Con esa exitosa lucha contra el “vicio”, las iglesias camuflan su discurso ultraconservador en estas ayudas y aseguran a sus seguidores que podrán progresar en la vida si son fieles a Dios y a sus mandatos. Y el discurso tiene calado entre un público necesitado y con escasa formación.
Una amenaza política para Lula
Esta última cuestión ha golpeado con dureza al Partido de los Trabajadores. Los barrios más pobres han pasado de ser feudos de seguidores a ser centros con una alta presencia de iglesias evangélicas. La izquierda brasileña no ha sabido entenderlo, y Lula y los suyos le temen. Lula, católico practicante, se ha visto obligado a mantener un discurso moderado respecto a los evangélicos, e incluso ha intentado convencer a varios pastores para que le brinden su apoyo.
Los evangélicos no fueron siempre rivales del PT y de Lula. De hecho, durante un tiempo fueron aliados. Sin embargo, durante los últimos años han pasado de tener un discurso más apolítico de lucha contra la pobreza, donde coinciden con Lula, a defender políticas ultraconservadoras. Y aunque Lula pudo restar el apoyo que tuvo Bolsonaro de los evangélicos en 2018, si este colectivo no ve que su agenda social se cumple, podría suponer un obstáculo para el Gobierno y una amenaza para la democracia brasileña.