*Día de guerra 552: estado de las fuerzas y perspectivas*, Michel Goya
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Si supiéramos de antemano el resultado de los partidos, no tendría ningún sentido jugarlos. Lo mismo ocurre con las batallas, y en mayor medida, porque en ellas muere gente. A menos de que el equilibrio inicial de poder favorezca a uno de los dos bandos de forma abrumadora, es imposible predecir lo que ocurrirá durante una operación militar, aunque sólo sea porque los recursos implicados son enormes y las interacciones entre las diversas fuerzas amigas y enemigas se convierten rápidamente en el problema de los tres cuerpos de la ciencia compleja. Decretar que una operación en curso ha sido un éxito o un fracaso es como decidir que un equipo ha ganado o perdido a 30 minutos del final del partido, cuando el marcador sigue empatado y no hay un dominio escandaloso de ninguno de los dos bandos.
Y, por supuesto, estas sangrientas operaciones-partidos no son más que enfrentamientos aislados en el contexto de una confrontación-competencia a largo plazo, que implica tres niveles de reflexión, que también forman tres niveles de incertidumbre: la estrategia para ganar la competencia, el arte operacional para ganar los partidos de distinto tipo, la táctica para ganar las acciones dentro de los partidos. En la guerra ruso-ucraniana se están llevando a cabo diversos tipos de operaciones-partidos, por lo que también asistimos a una gran indecisión, en el sentido de un destino vacilante más que de una falta de voluntad. Vamos a echarles un rápido vistazo, concentrándonos hoy, para respetar el formato de 3 páginas de esta ficha, únicamente en las «operaciones de ataque».
Tres niveles de incertidumbre: la estrategia para ganar la competencia, el arte operacional para ganar los partidos de distinto tipo, la táctica para ganar las acciones dentro de los partidos.
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Inicialmente había utilizado la expresión «guerra de corsarios» para referirme a las operaciones profundas. Era una expresión acuñada por el general Navarre, comandante del cuerpo expedicionario francés en la guerra de Indochina, para describir el modus operandi que quería aplicar inicialmente contra el grupo de combate Viet-Minh, basado en la guerra de guerrillas, los ataques aéreos, las operaciones aerotransportadas y los campamentos provisionales. La idea era buena, pero se aplicó mal. El principio general consistía en lanzar una serie de pequeños «golpes»: incursiones terrestres, ataques aéreos o navales, sabotajes, etc. para debilitar al enemigo. Cabe esperar que este debilitamiento sea suficiente para producir un efecto estratégico, como la rendición —que rara vez se produce— o la neutralización del enemigo, reducido a una amenaza residual. Sin embargo, lo más frecuente es que ese debilitamiento esté destinado sobre todo a facilitar las operaciones de conquista, el otro modus operandi principal en el que el objetivo es ocupar el terreno y dislocar al enemigo.
Las operaciones de ataque son principalmente responsabilidad de las fuerzas conjuntas —la Marina, la Fuerza Aérea, la Fuerza Cibernética— y de las Fuerzas Especiales, de forma autónoma o a veces combinada.
Dejemos de lado por el momento las operaciones cibernéticas, no porque no sean interesantes, sino porque hay poca información abierta sobre esta dimensión, de la que se habló mucho antes de la guerra y que estamos obligados a constatar que no ha tenido los efectos espectaculares que se esperaba. Tal vez ya no se trate de un «océano azul», una zona virgen en la que las posibilidades sean considerables, sino de un océano muy rojo que está ocupado desde hace mucho tiempo, porque la confrontación allí no conoce tiempos de paz ni de guerra, y en el que la mejora a las defensas han reducido mucho la eficacia inicial de los ataques. También puede ser que los comentaristas como yo simplemente no vean ese espacio, y por tanto lo pasen por alto indebidamente, sobre todo porque no es su área de especialización. Sin embargo, está claro que se trata de un campo en el que los ucranianos, con la ayuda de Occidente, que se puede ejercer al máximo porque es poco visible, pueden ganar ventaja y asestar golpes importantes a las redes rusas.
El campo aéreo es mucho más visible. Ahí podemos ver el desarrollo de una operación anticiudades específica de parte de Ucrania, que llamaremos «Operación Moscú» porque la capital es su principal objetivo.
MICHEL GOYA
El campo aéreo es mucho más visible. Ahí podemos ver el desarrollo de una operación anticiudades específica de parte de Ucrania, que llamaremos «Operación Moscú» porque la capital es su principal objetivo. El primer rasgo distintivo de esta operación es que ahora se lleva a cabo casi a diario utilizando únicamente drones aéreos de largo alcance de fabricación ucraniana, ya que los aliados occidentales han prohibido a los ucranianos utilizar sus armas para atacar suelo ruso. Drones, en otras palabras, y como recordatorio, entre tres tipos de campaña aérea que utilicen sólo aviones, misiles y drones, la reducción de la potencia proyectada es casi logarítmica. En otras palabras, los drones por sí solos pueden hacer muy poco daño. Un solo avión ruso Su-30SM puede transportar la carga útil de 400 drones ucranianos Beaver, con la ventaja añadida de que puede hacerlo varias veces.
Sea como fuere, la Operación Moscú es una molestia —paraliza aeropuertos, por ejemplo—, pero hace poco daño, y eso es bueno, porque tiene un propósito psicológico. Satisface la necesidad de reciprocidad, cuando no de represalia y venganza, de la población ucraniana alcanzada por misiles rusos desde el primer día de la guerra, y también pretende estresar a la población rusa, en particular a la de la Rusia protegida, urbana y de clase media de Moscovia, al llevar la guerra a sus puertas.
Su segundo rasgo distintivo es que se trata quizás de la primera campaña aérea «no violenta» de la historia, aparte de los bombardeos de volantes de la guerra falsa de 1939-1940, ya que hay una clara voluntad de evitar causar víctimas atacando objetivos simbólicos vacíos (oficinas de ministerios o empresas en particular, o incluso el Kremlin) por la noche. También tiene el mérito de satisfacer al tercer público: el resto del mundo y, en particular, la opinión pública de los países aliados de Ucrania, a la que le costaría aceptar que Ucrania estuviera atacando deliberadamente a la población de las ciudades rusas. No es seguro que los ucranianos tengan siempre éxito. Algunas personas ya han resultado heridas por esos ataques con drones y estadísticamente no estamos a salvo de un error garrafal en el que mueran personas. El efecto sería tanto dañar la imagen de la causa ucraniana —y esa imagen es esencial para mantener el apoyo occidental— como provocar una reacción antiucraniana en la población rusa, que se presenta ante todo como apática.
La Operación Moscú es una molestia y satisface la necesidad de reciprocidad, cuando no de represalia y venganza, de la población ucraniana alcanzada por misiles rusos desde el primer día de la guerra, y también pretende estresar a la población rusa, en particular a la de la Rusia protegida, urbana y de clase media de Moscovia, al llevar la guerra a sus puertas.
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Todos esos ataques son también desafíos para la defensa antiaérea rusa, que puede presumir de pequeñas victorias y proteger a la población cuando derriba drones, pero que también se ve sorprendida a menudo. En cualquier caso, se ve obligada a dedicar más recursos a la defensa de las ciudades y, por tanto, menos a la línea del frente, y esa presencia física en las ciudades contribuye también a «meter la guerra en la cabeza» de los civiles rusos, uno de los objetivos perseguidos por los ucranianos.
Como buen militar, prefiero las acciones antifuerzas a las acciones anticiudades, y la operación Bases, que consiste en atacar a profundidad las bases aéreas rusas, me parece mucho más útil que destruir oficinas comerciales. De los 85 aviones y 103 helicópteros rusos identificados como destruidos o dañados por Oryx, al menos 14 y 25 respectivamente fueron destruidos en bases. Esos ataques tuvieron lugar principalmente en los territorios ocupados, incluida Crimea, pero también en Rusia, cerca de Rostov el 26 de febrero y el 1 de marzo, con dos misiles OTR-21 Tochka. El 30 de octubre, sabotajes terrestres destruyeron o dañaron diez helicópteros en la región de Ostrov, muy cerca de Letonia. En septiembre de 2022, fueron alcanzados dos bombarderos (un Tu-95 y un Tu-22) en dos ataques al parecer hechos con drones Tu-141 (antiguos drones de reconocimiento de largo alcance modificados) y, más recientemente, el 19 de agosto cerca de Novgorod (un Tu-22) de forma más misteriosa. También pueden relacionarse con esta operación el asalto con helicópteros Mi-24 a un depósito de combustible en Belgorod el 31 de marzo de 2022 y el ataque con drones a la refinería de Novoshakhtinsk el 22 de junio de 2022. Toda esa campaña antifuerzas profunda no es más que una serie de pinchazos, pero son los pinchazos más rentables que existen.
Rusia se ve obligada a dedicar más recursos a la defensa de las ciudades y, por tanto, menos a la línea del frente, y esa presencia física en las ciudades contribuye también a «meter la guerra en la cabeza» de los civiles rusos, uno de los objetivos perseguidos por los ucranianos.
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A los ucranianos les interesa seguir desarrollando esta campaña profunda con una fuerza de sabotaje, es decir, una fuerza clandestina. Eso es más difícil de organizar que los ataques aéreos, pero los efectos pueden ser más fuertes. Al igual que los alunizajes, la presencia de seres humanos tiene un mayor impacto psicológico en las operaciones militares que la de simples sondas y máquinas. Saber que seres humanos han penetrado, casi violado, el espacio nacional en el aire y aún más en tierra para causar daños es más impactante que si el mismo daño lo hubieran causado drones. Si, además, no se sabe quién ha llevado a cabo tales acciones, se desarrolla la paranoia, sobre todo en la sociedad y el gobierno rusos. Por encima de todo, a los ucranianos les interesa seguir desarrollando su fuerza de ataque de largo alcance más allá de los drones, que sobre todo aportan números, con misiles con un alcance de varios cientos de kilómetros. Eso es lo que están haciendo actualmente con una serie de proyectos que no sólo hay que inventar, sino sobre todo producir en serie. Si lo consiguen, la campaña de ataques profundos adquirirá una dimensión totalmente nueva, ya sea anticiudades, con los riesgos mencionados, o preferentemente antifuerzas. También puede ocurrir que una vez alcanzado cierto umbral, digamos si el suelo ruso es atacado todos los días por drones, misiles o comandos, la prohibición del uso de armas occidentales deje de tener sentido y los ucranianos también puedan utilizarlas, lo que aumentará súbitamente sus capacidades.
Mientras que la capacidad ucraniana para actuar en las profundidades de Rusia ha seguido creciendo, la capacidad de Rusia dentro de Ucrania no ha dejado de reducirse. Con una poderosa fuerza aérea, un impresionante arsenal de misiles y una docena de brigadas de fuerzas especiales, era fácil imaginar que Ucrania sería arrasada desde el principio de la guerra.
Mientras que la capacidad ucraniana para actuar en las profundidades de Rusia ha seguido creciendo, la capacidad de Rusia dentro de Ucrania no ha dejado de reducirse.
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De hecho, la utilización de todos esos recursos sólo duró unas semanas y a un nivel muy inferior al que cabía esperar, debido a una doctrina incierta en ese terreno y, sobre todo, a la sólida defensa antiaérea ucraniana. Así pues, los rusos descendieron muy rápidamente en la escala logarítmica de la potencia proyectada, empezando por reducir la actividad de sus aviones tripulados sobre territorio ucraniano para dedicarlos a la línea del frente, reduciendo luego rápidamente la cadencia de fuego de los misiles modernos, y sustituyéndolos después cada vez más por otros tipos de misiles igual de devastadores pero menos precisos y a menudo de menor alcance, y, por último, utilizando cada vez más drones Shahed y lanzacohetes múltiples contra las ciudades situadas a su alcance.
El tonelaje de explosivos lanzados por los rusos ha disminuido constantemente, al tiempo que se concentra en las ciudades bastante cercanas a la línea del frente y causa casi tantas víctimas civiles como militares por su menor precisión. Además, ya no existe ninguna directriz clara para esos ataques, aparte de la necesidad de tomar represalias contra los bombardeos ucranianos. Esto es tanto más absurdo cuanto que contribuye a dañar la imagen de Rusia, lo que no parece importarles, aparte de que influye en el apoyo de la opinión pública occidental a Ucrania, un factor estratégico para ellos. Por supuesto, esto no disminuye en absoluto la determinación ucraniana, sino todo lo contrario.
El tonelaje de explosivos lanzados por los rusos ha disminuido constantemente, al tiempo que se concentra en las ciudades bastante cercanas a la línea del frente y causa casi tantas víctimas civiles como militares por su menor precisión.
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La campaña aérea rusa profunda podría verse impulsada por el aumento de la producción de misiles y/o su importación encubierta desde países aliados, pero sobre todo por el repentino debilitamiento del sistema de defensa aérea ucraniano, muy necesitado de parque. Una defensa aérea sin municiones significaría que escuadrones de cazabombarderos rusos podrían penetrar en territorio ucraniano y aumentar súbitamente el logaritmo de potencia. Una de las ventajas de los aviones F-16, que son sobre todo baterías aire-aire con un alcance de 150 km, es que pueden ayudar a evitarlo.
Uno de los misterios de esta guerra es el sorprendente uso de las Fuerzas Especiales por parte de los rusos. El Ministerio de Defensa ruso había decidido crear un ejército sólido. Cada servicio de inteligencia ruso, FSB, SVR, GRU, tiene sus propios Spetsnaz (spetsialnoe naznachenie, empleo especial). Las dos unidades del FSB, Alfa y Vympel, suman unos 500 hombres. Zaslon, la unidad internacional del SVR, quizá cuente con unos 300. El grueso de las fuerzas lo constituyen, obviamente, las siete brigadas Spetsnaz del GRU, de 1 500 hombres, la mayoría de ellos adscritos a ejércitos, y los batallones de 500 hombres asignados a cada una de las flotas, es decir, que cuentan con el apoyo de unos 12 mil hombres. Las tropas de asalto aéreo (VDV) también formaron un regimiento y luego una brigada especial, la 45. Por último, un comando de operaciones especiales (KSO) de unos 1 500 hombres quedó adscrito directamente al jefe del Estado Mayor del ejército, para gran enfado del GRU. En resumen, con el apoyo de las VDV, existía la posibilidad de crear una fuerza de sabotaje profundo, o incluso una guerrilla, por ejemplo, a lo largo de la frontera polaca utilizando la base bielorrusa de Brest.
Uno de los misterios de esta guerra es el sorprendente uso de las Fuerzas Especiales por parte de los rusos.
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Sin embargo, no fue así, ya que la defensa aérea ucraniana impidió las operaciones de helicópteros y las fuerzas de defensa territorial y la policía ucranianas controlaban bien el terreno. Las Fuerzas Especiales, la 45ª brigada y las brigadas del GRU se utilizaron inicialmente como avanzadilla de las operaciones terrestres, de forma clandestina o no, y después cada vez más como sustitutos de la infantería del Ejército, totalmente deficiente. Así, actualmente, una muy reducida 22ª brigada Spetsnaz y lo que queda de la 45ª brigada luchan en primera línea frente a Robotyne. Sin duda, los rusos han desperdiciado oportunidades en ese ámbito y es difícil ver cómo pueden hacer algo al respecto. Seguramente están pensando en ello, pero no se puede improvisar una fuerza para una acción profunda.
Al fin y al cabo, hay que recordar que las operaciones profundas por sí solas rara vez producen efectos estratégicos, sino que contribuyen a debilitar al enemigo, siempre que no cuesten más de lo que «generan». En este sentido, las operaciones rusas ya no producen gran cosa, aparte de los muertos y heridos y la destrucción de catedrales, o como mucho un debilitamiento económico al atacar infraestructuras de comercio de cereales, por ejemplo. Por otra parte, en la encrucijada de las curvas estratégicas, según la expresión de Svetchin, los ucranianos están ganando poder, pero los efectos materiales siguen siendo mínimos en comparación con lo que ocurre en el frente, y los efectos psicológicos son sobre todo bastante vagos, pero no por ello menos ciertos. En 2024, las cosas serán sin duda diferentes.
29-8-23, le Grand Continent, Michel Goya