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Abril de 1971. Don Juan Carlos ya era el príncipe de España y el futuro jefe del Estado español. EE. UU. analizaba por activa y por pasiva la, para ellos, "próxima transición" española. Como siempre, los especialistas en asuntos españoles se lanzaron a predecir la transición. Fruto de ello fue el documento del 27 de abril de 1971 en el que se consideró "la probabilidad e improbabilidad de lo que puede suceder en España durante los primeros meses tras la sucesión de Franco y a más largo plazo". Su estudio les hizo ver que en España la obsesión del orden al precio de la libertad caía en picado.
Esta serie de reportajes recoge información y documentos del espionaje y de la diplomacia de Estados Unidos durante el franquismo, que fueron mantenidos en secreto hasta finales del siglo XX. Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia del 31 de agosto del 2005, dentro de la serie de reportajes Documentos desclasificadosLos documentos del espionaje de Estados Unidos
"La edad de Franco, sus evidentes problemas de salud y su pérdida de facultades a la hora de adoptar decisiones coinciden en apuntar que la transición largamente esperada en España no está lejana. Pese a su propensión a las actitudes dilatorias, los círculos políticos de Madrid prevén que el Caudillo dará inicio a una transición efectiva antes de que discurra mucho tiempo", comienza el texto, que yerra, pues la Transición comenzó después de la muerte del dictador.
Sorprendentemente, también se equivocaban al valorar la figura de don Juan Carlos pese a los informes altamente favorables sobre su persona que recibían desde España: "El príncipe Juan Carlos, designado por Franco futuro rey de España en julio de 1969, será probablemente, en gran medida, una figura decorativa. No obstante, si se prolongaran las actuales malas relaciones entre el Príncipe y el ministro de Asuntos Exteriores, López Bravo, podrían poner en peligro las posibilidades de éste último de convertirse en presidente en fecha futura".
Tras la muerte de Franco, la perspectiva norteamericana era que tendrían que "pasar como mínimo varios años antes de que se autorice el libre funcionamiento de los partidos políticos, pero también cabe afirmar que probablemente se abrirá paso una prensa más libre, unos debates más libres en las Cortes y una labor sindical más responsable y sensible ante los problemas de los trabajadores".
Estados Unidos creía que la transición se iniciaría en vida del dictador
"Resulta, en cambio, altamente improbable -escribieron-un regreso a la Segunda República de los años treinta o un acceso al poder por parte de líderes e intelectuales de la oposición. Un experimento excesivamente rápido de democracia multipartidista, un viraje radical hacia una dictadura de izquierdas o incluso un intento indefinido de continuismo (franquismo sin Franco) podría desembocar en un caos seguido de una nueva imposición de una dura e inflexible dictadura militar. No obstante, cualquiera de estos escenarios resulta menos probable que un régimen en principio no demasiado distinto del régimen franquista suavizado pero de hecho orientado hacia un sistema de mayor libertad". Es decir, a una fórmula que nadie puede negar que se parece a lo que sucedió con Arias Navarro tras la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975.
"A largo plazo -escribieron-las consecuencias del ascenso de las clases medias, la previsible persistencia de la mejoría económica, la mitigación de las tradicionalmente agudas diferencias sociales y económicas entre españoles, la salida de escena o práctica desaparición de algunos de los grupos políticos más inconciliables con el propio sistema político, la persistencia de presiones tendentes a estrechar lazos con Europa Occidental y los notables cambios en el seno de la Iglesia católica coincidiendo con el aggiornamento propiciado el Concilio Vaticano II, cobrarán un significado creciente. De hecho, dan pie a un legítimo aunque prudente optimismo en el sentido de que, tras los correspondientes ajustes propios de la transición política, los gobiernos después de Franco tiendan a perder (gradual, pero firme y continuadamente) su carácter autoritario". Y así fue.
"Suceda quien suceda a Franco -especularon-debe ser una figura aceptable a juicio de las Fuerzas Armadas". Consideraron, asimismo, deseable que contase con la aprobación de la Iglesia y el mundo empresarial. "El gobierno o gobiernos que le sucedan no diferirán al principio en gran medida del régimen de Franco. En último término, sin embargo, se verán sometidos a grandes presiones para acelerar el ritmo de las reformas económicas y sociales y avanzar en dirección a un sistema más libre de gobierno. Es muy plausible que al frente del nuevo gobierno se sitúe un hombre fuerte que posponga varios años la reintroducción de partidos políticos, aunque permita un mayor grado de libertad de prensa y de debate en las Cortes, la elección de nuevos miembros de las propias Cortes y elecciones de cargos de cúpulas sindicales. Liquidará asimismo el odioso boato falangista que ha sobrevivido en el franquismo", escribieron y desearon.
Un factor clave que debía favorecer a ojos norteamericanos la causa de los nuevos líderes tanto en el período inmediato del posfranquismo como a más largo plazo era la elevación del nivel de vida. "Muchos trabajadores aspiran, naturalmente, a un nivel de vida más alto, pero probablemente serían ahora más renuentes que en otros momentos la historia reciente española a sacrificar sus beneficios materiales para modificar por la fuerza el statu quo. La renta per capita se ha más que doblado en España en el último decenio, aumentando de 350 dólares a más de 800 dólares (en 1971). La clase media española, en veloz expansión, contribuye patentemente a limar las tradicionales desigualdades en España".
Los analistas estadounidenses creían que el cambio político solo sería viable a largo plazo si iba acompañado de una mejora del nivel de vida de la ciudadanía
"El ministro del Plan de Desarrollo, Laureano López-Rodó, progresista en materia económica pero considerado en términos generales como muy conservador en el plano político y no partidario de la rápida liberalización política, ha señalado que cuando la renta per capita alcance los 1.000 dólares, España se hallará probablemente en condiciones de ensayar un sistema político más libre", se dice en el apartado del dossier que titularon Creciente Prosperidad.
También era evidente en 1971 desde el otro lado del Atlántico que los españoles, merced a los boletines informativos de la radio y la televisión, el cine, a las noticias procedentes de los emigrantes en el extranjero y a la relación con los turistas, "conocen el estilo de vida imperante en las altamente industrializadas democracias europeas occidentales. Inevitablemente, numerosos españoles suspiran por acceder a los beneficios materiales, profesionales y culturales de los que gozan sus vecinos europeos. Indudablemente, la evolución política en estos países se observa de cerca y con interés en España".
Así pues, para la Casa Blanca, el continuismo, es decir, el franquismo sin Franco, parecía improbable. "Naturalmente -percibían- hay miembros de las jerarquías militar y eclesiastica que se contentarían con tener más de lo mismo (tal vez sin la Falange) una vez Franco abandone el escenario. No obstante -se advertía en el documento-, representantes destacados de las fuerzas armadas, la iglesia y el mundo empresarial promueven reformas económicas y sociales rápidas en el marco de una evolución paulatina hacia un sistema político de mayor libertad".
"En consecuencia -creyeron-el sucesor en calidad de hombre fuerte no podrá limitarse a mantenerse a sí mismo en el poder a fin de sobrevivir políticamente". "En la actualidad -concluyeron los norteamericanos-gracias a la prosperidad a la que acceden muchos españoles, la obsesión por el orden al precio de la libertad política cae en picado".