una dècada de la mort de Vàclav Havel, referència moral europea
Hay muchas maneras de desacralizar un cargo, un lugar. Una es nombrar embajador cultural, por ejemplo, al rockero Frank Zappa (para lo cual hay que tener una determinada edad, cierto, y también la memoria histórica de por qué se convirtió en un músico prohibido). Otra, recorrer los pasillos de un palacio presidencial –entre tapices y molduras doradas– a bordo de un patinete. Ambas las llevó a cabo Vaclav Havel (1936-2011), escritor y dramaturgo checo que pasó de ser líder intelectual de la disidencia anticomunista –represaliado con la cárcel por el régimen prosoviético de la posguerra– a ser elegido primer presidente democrático de su país, un poco por azar y un mucho por compromiso.
Vaclav Havel, en la época en que fue presidente de Checoslovaquia
Miroslav Zajic / Getty
Entre el Havel disidente y el Havel jefe de Estado apenas hubo diferencias. Porque, insobornablemente fiel a sí mismo, nunca quiso creerse del todo su aureola. Ni olvidar quién era. Y circular con un patinete por el Castillo de Praga, más que una chiquillada o un acto de esnobismo, era por su parte un gesto de rebeldía y sano descreimiento. Hoy hace diez años que Vaclav Havel desapareció. Y que Europa perdió a un gran referente moral.
Político atípico
Nunca se consideró ni un mesías ni un salvador. Siempre se definió como un “disidente”
Tuve la ocasión de encontrar personalmente a Vaclav Havel –desde un discreto segundo plano– en su apartamento particular a orillas del río Moldava, en Praga, en el otoño de 1992. Hacía unos meses que había renunciado a la presidencia de Checoslovaquia, decepcionado y frustrado por no haber podido evitar la partición del país en dos entidades –la República Checa y Eslovaquia–, atizada por las tensiones nacionalistas. Era un hombre discreto y humilde, amable y bondadoso, fuertemente comprometido con la verdad, cuya acerada inteligencia chispeaba detrás de una sonrisa. Regresó a la presidencia –ya inevitablemente de medio país– unos meses más tarde. Pero ni antes ni después se consideró ni un mesías ni un salvador. Siempre se definió como un “disidente”.
La división entre checos y eslovacos, por más que el país hubiera resultado de una construcción artificial tras la desaparición del imperio austrohúngaro, fue para Havel una tragedia. En el discurso de aceptación que escribió en 1989 al Premio de la Paz del gremio de libreros de Alemania, titulado Palabras sobre palabras , el futuro presidente checo confiaba haber superado las viejas tensiones tribales. “Gracias al régimen (comunista) hemos desarrollado una profunda desconfianza hacia todas las generalizaciones, los lugares comunes ideológicos, los clichés, los eslóganes, los estereotipos intelectuales y los insidiosos llamamientos a nuestras emociones, de lo más bajo a lo más alto –escribió–. Como resultado, somos ampliamente inmunes a toda tentación hipnótica, incluso a la tradicionalmente persuasiva variedad nacional o nacionalista”. Muy pronto se demostró que no era así.
Vaclav Havel (1936-2011)
LV
Y no hay más que ver el escenario político que domina hoy en la Europa del Este –aunque no únicamente– para comprobar que el mal que Havel creía superado ha vuelto al continente europeo con inusitada fuerza. La instauración de gobiernos de tendencia “iliberal” (modo posmoderno de aludir al autoritarismo rampante) en Hungría y Polonia, y el giro populista y conservador en los antiguos países del Pacto de Varsovia –reunidos hoy en el grupo de Visegrado, que actúa como facción en el seno de la Unión Europea– hubieran sido para Havel, sin duda, un motivo de desazón. Pero también de lucha.
Rebelde por naturaleza, tras el aniquilamiento en 1968 por las tropas soviéticas de la primavera de Praga –el frustrado intento de edificar un socialismo de rostro humano – Havel utilizó el teatro para criticar abiertamente el estalinismo del régimen, lo que le valió la cárcel y la prohibición de su obra. Lejos de rendirse, contribuyó a fundar el movimiento Carta 77 y acabó convirtiéndose en un referente ético y líder de la disidencia política. En 1989, el seísmo desencadenado con la caída del muro de Berlín tuvo como réplica en Praga la Revolución de Terciopelo, que en 18 días derrumbó pacíficamente el régimen comunista. Miles de personas congregadas en la plaza de Wenceslao coreaban su nombre. Y Havel aparcó al escritor para asumir la responsabilidad política de construir la democracia en su país.
Compromiso
“Un acto moral, aún sin esperanza de producir un efecto político inmediato, gana valor con el tiempo”
Hoy la llama que alumbró Havel sigue viva. Está en la oposición checa, que liderada por el conservador Petr Fiala logró desalojar en las elecciones de octubre al populista Andrej Babis. Está en la presidenta de Eslovaquia, Zuzana Čaputová, que intenta hacer de contrapeso progresista. Está en la oposición húngara, que presenta un candidato común, Péter Márki-Zay, para tratar de acabar con el cesarismo de Viktor Orbán. Está en los alcaldes de las ciudades polacas, con el de Varsovia a la cabeza, Rafał Trzaskowski, primera línea de resistencia al autoritarismo del partido de Jarosław Kaczyński... Triunfarán o no. Pero su compromiso es lo que cuenta. “Un acto inspirado por preocupaciones de orden moral, aunque sin esperanza de producir un efecto político inmediato –escribió Havel–, puede sin embargo ganar valor con el tiempo”. El suyo no ha hecho más que crecer.
EL CONTEXTO
Si de Lech Walesa se puede decir que representó la tenacidad en la oposición al régimen socialista polaco y, por ende, a las directrices soviéticas; de Václav Havel bien se puede decir que personifica tanto esa tenacidad como la conciencia de una generación de disidentes que desde dentro y fuera del régimen nunca dejaron de creer en la recuperación de las libertades.
Reconocido autor dramático cuando estalló la Primavera de Praga en 1968 , Havel fue uno de los firmantes del Manifiesto de las dos mil palabras en el que un puñado de intelectuales pedían libertad de expresión, elecciones libres y eliminación de cualquier tipo de censura, en la línea de las medidas que impulsaba el propio secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubček, en su “construcción de un socialismo de rostro humano”.
Los tanques del Pacto de Varsovia acabaron con esas aspiraciones y Havel inició lo que iba a ser un constante tránsito por las prisiones de su país tras su fallida respuesta al proceso de normalización política que emprendió el Gobierno. Su intensa actividad desde la disidencia y su negativa a salir del país lo convirtieron en un referente en todo el bloque del Este. Un papel que se visualizó especialmente tras la publicación de la Carta 77 , también firmada por numerosos intelectuales checoslovacos, que en 1977 exigía a su Gobierno el respeto a sus propias leyes y a los tratados sobre derechos humanos suscritos por el país.
Más de una década después, en 1989, las reformas políticas en la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov y, especialmente, la caída del muro de Berlín pusieron al régimen checoslovaco ante una realidad que pronto se rechazó a aceptar. Recién salido de la cárcel, Havel lideró el Foro Cívico, que con su correlato eslovaco Partido contra la Violencia articuló las protestas que se conocieron como la Revolución de Terciopelo y que en apenas dos semanas de noviembre hicieron claudicar al régimen.
Recién salido de la cárcel, Havel lideró el Foro Cívico, que articulo las protestas que en apenas dos semanas hicieron claudicar al régimen
La resolución, amparada por la ley y con la aceptación del Partido Comunista, pasó por la fórmula de que Vaclav Havel fuese votado como presidente por la Asamblea checoslovaca y Alexander Dubček como presidente de esta cámara con el único objetivo de convocar elecciones. Así fue, y Havel fue elegido presidente de la República el 29 de diciembre de ese año y asumió el cargo en una breve ceremonia que se celebró en el Salón de Vladislao del Castillo de Praga.
Su primera alocución al pueblo checoslovaco se produjo, paradójicamente, en el televisado discurso presidencial de Año Nuevo. Es el que reproducimos, extractado. Del vídeo original (también adjunto) sólo se conservan algunas partes, al parecer los descartes de su edición, aunque no el núcleo central.
Un día después, Havel inició una visita oficial a la aún República Democrática Alemana y a la República Federal Alemana instando a su unión y proclamando una gran “casa europea” y en febrero de 1990 se convertía en el primer presidente de uno de los países del bloque del Este en proceso de recuperar la democracia que se dirigía al Congreso de Estados Unidos.
Así informó y editorializó La Vanguardia sobre la elección presidencial de Havel (1), (2) (y 3)