Gal·les: els indepes passen del 10 al 39% en 20 anys
El apoyo a la independencia se ha multiplicado por cuatro en el País de Gales en las últimas dos décadas
No suficiente todavía para ganar, pero sí para meter el miedo en el cuerpo a Londres
En la calle Mayor de Bala, un pueblo de dos mil habitantes en el noroeste del País de Gales y una de las entradas al Parque Nacional de Snowdonia, luce una estelada. Más que Union Jack británicas, de las que no se vislumbra ninguna, la bandera dominante, por goleada, es la del dragón sobre un fondo blanco y rojo, en una región donde el 80% de la población habla gaélico y una amplia mayoría es favorable a la independencia.
El independentismo ha recorrido un largo trecho en los últimos veinte años. De ser una aspiración vista como excéntrica, marginal y poco realista, que apoyaba un 10% de los habitantes, ha pasado a estar respaldada por un 39% de los votantes, según una encuesta del canal de televisión ITV hace unos días, más o menos el mismo nivel que había en Escocia justo antes del referéndum del 2014. No suficiente todavía para ganar, pero sí para meter el miedo en el cuerpo a Londres. Sobre todo, porque un 60% de los jóvenes de entre 18 y 24 años desean cortar amarras.
Del Reino Unido al Reino Desunido
En un país cuya política está dominada por el Labour desde tiempos inmemoriales (Aneurin Bevan, el creador del Estado de bienestar británico, era galés), las elecciones autonómicas del jueves pueden ser un punto de inflexión. Los laboristas seguirán siendo claramente la fuerza más votada, pero el avance de los conservadores y del Plaid Cymru (PC) nacionalista puede hacer inevitable un gobierno de coalición. Un pacto con los tories es impensable, pero no así con los indepes , que pondrían como precio un referéndum soberanista.
Las carreteras y vías férreas no van de norte a sur sino de oeste a este, mirando siempre hacia Inglaterra
El PC, que aspira a aumentar los diez diputados (de un total de sesenta) que tiene en la Senned (Parlamento), ha pasado de patrocinar el autonomismo a defender un nacionalismo patriótico benigno e incluyente como el del SNP escocés que apela a numerosos segmentos de la población. Incluidos los laboristas, de los cuales la mitad son partidarios de la independencia.
“Tenemos que reinventarnos como nación –dice el líder del Plaid Cymru, Adam Price–. Históricamente, hemos sido una nación invisible de tres millones de habitantes, más pobre y más pequeña que Escocia, irrelevante, periférica y descuidada, cuya economía fue destruida por Margaret Thatcher en los años ochenta, llena de comunidades postindustriales deprimidas, donde un tercio de los niños vive bajo el umbral de la pobreza, hay bancos de comida y colas en los hospitales. Inglaterra nos anexionó en el siglo XIII y ya es hora de acabar con ochocientos años de relación colonial”.
Los orígenes del independentismo galés se remontan a 1965, cuando Westminster, a pesar de las protestas y manifestaciones, decidió sumergir el pintoresco pueblo de Capel Celyn para construir, con los ladrillos de sus casas, piedras de su iglesia, caliza y arcilla de sus granjas condenadas, una presa que suministra agua a la ciudad de Liverpool, a setenta kilómetros. Fue la mejor prueba de cómo los gobiernos ingleses estaban dispuestos a sacrificar los intereses de Gales. Todavía hoy en pósters, pegatinas de coches, carteles en las ventanas y grafiti se lee el eslogan “ Cofiwch Dryweryn (recuerda Treweryn)”.
Crece la presión para un sistema confederal de unión voluntaria entre las cuatro naciones que integran el Reino Unido
Aun así, era una corriente minoritaria. En 1979 los galeses rechazaron por amplio margen la autonomía, para refrendarla dieciocho años más tarde por el más pequeño de los márgenes (50,22%). La gestión de la pandemia ha abierto un nuevo mundo en la política del país del dragón. La gente se ha dado cuenta de que el control de los propios asuntos, aunque sea la sanidad, la educación y la agricultura, importa. Y una amplia mayoría respalda la actitud más restrictiva de sus autoridades (confinamientos, cierre de pubs y escuelas) frente al populismo libertario de Boris Johnson. Durante meses los carteles que decían “Welcome to Wales” fueron reemplazados por otros donde se leía “ Prohibido entrar en Gales ”.
Y de repente... Gales
“Las cosas nunca volverán a ser como antes –opina el primer ministro laborista Mark Drakeford, un exconsejero de Sanidad y Política Social de 65 años–. El Reino Unido necesita un nuevo compromiso constitucional. La única solución es un confederalismo, una asociación voluntaria de las cuatro naciones, con el poder, los medios y el control repartidos de un modo equitativo, en vez de que toda la fuerza resida en Inglaterra”. Es un concepto que favorece el ex primer ministro Gordon Brown, pero la antítesis de las intenciones de Johnson, partidario de un centralismo jacobino y aznariano que no quiere ampliar los poderes autonómicos, sino recortarlos (Westminster ha asumido después del Brexit las competencias liberadas por Bruselas, en vez de dárselas a las naciones). Mientras Escocia disfruta de su propio sistema legal, iglesias, escuelas y universidades, las instituciones galesas han sido absorbidas por Inglaterra.
“Históricamente, nuestros vecinos nos han robado la riqueza, se han llevado nuestra energía eólica y marina, nos ha utilizado como una especie de patio de recreo. Thatcher cerró las minas, y desde entonces solo nos quedan la agricultura, la ganadería y el turismo, en una economía de sueldos bajos, sin empleos para las viejas clases obreras, dependiente en un 80% del sector servicios –se lamenta el economista Calvian Blanchford–. Al contrario que los escoceses, carecemos de petróleo. Londres piensa que somos demasiado pobres, demasiado pequeños y demasiado tontos para ser independientes. Se equivoca”.
Los soberanistas galeses han adoptado la fórmula escocesade un nacionalismo benigno e incluyente
Los soberanistas galeses creen que han aprendido las lecciones de Escocia (cuyo referéndum fue derrotado por un 55% a 45% hace siete años), y no plantean el debate en términos filosóficos, sino sobre los detalles. La gran cuestión es cómo se financiaría un país cuyo gasto total es de 35.000 millones de euros anuales, pero solo ingresa en impuestos 20.000 millones, con el déficit subvencionado por Inglaterra en función a la llamada fórmula Barnett , que calcula la aportación del Estado central a las autonomías.
“Lo que queremos es un nuevo Estado más libre, más democrático, más justo y más progresista, en el que la independencia no sea incompatible con el mantenimiento de la identidad inglesa por aquellos que quieran”, explica el líder de Playd Cymru, Adam Price. Pero así como su discurso tiene cada vez más adeptos en Snowdonia y en las zonas rurales del oeste y el norte del país, no tanto en el sur y en el este, en los valles mineros de Rhondda, en las principales ciudades y en la porosa frontera con Inglaterra (numerosos ingleses trabajan del otro lado pero tienen sus casas y votan en Gales porque la calidad de vida es mejor y todo cuesta menos). En Dwyfor Meirionydd, una de las áreas más pobres, con un salario anual medio de 25.000 euros por cabeza, un 60% de las viviendas son segundas residencias y se venden por más de 400.000 euros. Las carreteras y vías férreas están dibujadas no de norte a sur sino de oeste a este, siempre mirando a Liverpool.
Una de las poblaciones más inglesas es Wrexham (65.000 habitantes), un antiguo bastión laborista que en las últimas elecciones generales se pasó por primera vez desde 1935 a los conservadores, fascinada por el Brexit y el populismo johnsoniano, pero donde ahora se ha establecido un centro para la difusión del idioma gaélico (lo habla solo un 20% de los galeses). “La gente vive en un estado de perpetuo descontento –opina Carrie Harper, la candidata por el Plaid Cymru–. Antes lo estaba con Bruselas y se pensó que marcharse sería la panacea. Ahora lo está con Cardiff y con Westminster, porque no ha cambiado nada. La solución es la independencia”.
Thatcher cerró las minas y las industrias, creando una economía de salarios bajos que depende de los servicios
“Ninguna potencia colonial es generosa. Si somos pobres, es precisamente porque no somos independientes”, asegura Adam Price.