"Las tres dimensiones de la libertad", Billy Bragg
Cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa.
DONALD TRUMP
Cuando conozcas a una persona poderosa, formúlale cinco preguntas:
«¿Qué poder tienes? ¿De dónde te viene? ¿En interés de quién lo ejerces?
¿Ante quién eres responsable? ¿Cómo podemos librarnos de ti?»
TONY BENN
Introducción
Los seres humanos nunca han tenido tanto poder. La tecnología ha puesto en nuestras manos la capacidad de hablar a través de los continentes al tiempo que vemos a nuestro interlocutor y de tener a nuestro alcance miles de puntos de información con solo tocar la pantalla. Nos ha proporcionado una plataforma desde la cual difundir nuestras opiniones. El nuevo contrato social es la promesa de que el mundo se puede adaptar a tus exigencias, siempre y cuando no te importe ceder tus datos y preferencias personales.
La libertad se nos presenta ahora como el derecho a elegir, pero la verdadera elección –de vivienda, de lugar de trabajo, a la hora de votar– no es tan fácil. Al tiempo que el capitalismo nos proporcionaba un hartazgo de conectividad, en las últimas décadas hemos visto cómo a los individuos cada vez les cuesta más controlar su situación económica. Esta sensación de impotencia ha conducido a la oleada de furia populista que se extiende por las democracias occidentales. Los votantes que antaño apoyaban políticas moderadas ahora se entusiasman con la idea de «recuperar el control».
Cuando el progreso es veloz, los cambios que se desatan pueden ser tan destructivos como emancipadores. Puede que «irrupción» sea una palabra de moda entre las start-ups tecnológicas, pero para aquellos que cobran un salario bajo posee una implicación más amenazante. Mientras que la tecnología ha abierto el debate, arrancándolo de manos de quienes pretenden monopolizarlo, también ha alentado la polarización.
La posibilidad de poder expresarnos en las redes sociales 24 horas al día 7 días a la semana nos ha hecho creer que somos libres, pero si pretendemos escapar del clima partidista en el que la beligerancia siempre asoma, primero tenemos que reconocer que esa franqueza ofrece una idea unidimensional de la libertad.
La posibilidad de decir lo que piensas, a quien quieras y en el momento que decidas, sin ningún respeto por la verdad ni la responsabilidad, no garantiza que un individuo sea libre. Si fuera así, Donald Trump sería el máximo ejemplo de libertad. Mientras que muchos utilizan los términos franqueza y libertad de manera intercambiable, los tuits del presidente son un recordatorio diario de que no son lo mismo.
Apreciamos la franqueza porque nos da capacidad de pensar, hablar y actuar como deseamos, y proporciona la base de la libertad. Sin embargo, hacen falta más dimensiones para asegurarle ese derecho a todo el mundo y protegerlo de los poderosos. Si la franqueza va a ser algo más que una forma de privilegio, hay que reconocer y conservar el derecho de todo el mundo a pensar, hablar y actuar como desee. Sin un respeto igual por los derechos de los demás, la franqueza no es más que libertinaje.
La igualdad proporciona una segunda dimensión a la libertad, pues exige que el individuo respete en los demás los derechos que reclama para sí.
No obstante, al igual que la libertad de expresión por sí sola no basta para definir la libertad, tampoco la igualdad garantiza que un individuo tenga poder sobre su situación. La historia ha demostrado que la emancipación puede venir seguida de circunstancias que proclaman que las comunidades son iguales pero segregadas, y los recién liberados son víctimas de una campaña de deliberada marginación.
Si hemos de ser realmente libres, entonces la franqueza y la igualdad tienen que verse reforzadas con una tercera dimensión: la responsabilidad. Mientras que la franqueza da poder al individuo y la igualdad requiere reciprocidad, la responsabilidad combina ambas características para crear un entorno en el que la libertad ya no está divorciada de la responsabilidad.
Esta tercera dimensión resulta fundamental si pretendemos tener poder. La franqueza ayuda a centrar la libertad, la igualdad le da recorrido y la responsabilidad eficacia. La moralidad, tras haber demostrado ser un medio inadecuado para frenar a los banqueros avariciosos y a los presidentes deshonestos, ya no posee la capacidad de defender al débil del fuerte. La vergüenza ya no afecta a los poderosos. La responsabilidad nos proporciona un punto de apoyo con el que recalibrar el equilibrio de poder.
Durante las cinco décadas anteriores, la globalización de la economía mundial ha debilitado el poder de la democracia reguladora. El resultado ha sido que una inmensa riqueza ha ido a parar a quienes trabajan en el sector financiero, mientras que la economía real se ha encontrado con la desigualdad y la exclusión.
Las corporaciones se han apoderado del proceso democrático y han conseguido que sea cada vez más difícil que los ciudadanos voten reformas que hagan que la economía funcione para todos. Los sistemas electorales nos presentan resultados que no reflejan el voto popular; la manipulación favorece a los partidos tradicionales; el dinero tergiversa la opinión. Y a medida que la inteligencia artificial desempeña un papel cada vez mayor en nuestras vidas, las decisiones que toman los algoritmos suscitan la cuestión de dónde está la responsabilidad en la esfera digital.
La gente está enfadada. El neoliberalismo ha demostrado ser incapaz de proporcionar el nivel de vida del que disfrutaron sus padres en la época de posguerra: la seguridad de un salario decente, un trabajo para vivir, una vivienda asequible y la sensación de un futuro halagüeño. ¿Ha de sorprendernos que cuando se ofrecen las soluciones de libre mercado de siempre los votantes opten por un tipo que simplemente les promete que todo volverá a ser grande otra vez?
El autoritarismo está en auge. Los demagogos despliegan el término «noticias falsas» para crear división y desviar la crítica. En la febril atmósfera que contagia una parte tan grande del discurso en internet, cada día la opinión falsea los hechos, y la verdad es poco más que tu punto de vista. El resultado es que la libertad ha perdido su función del principio universal que protege al individuo, y no es más que una tapadera para aquellos que solo pretenden engañar e insultar.
La clave para abordar estos problemas es la responsabilidad: en primer lugar, como una manera de devolver el poder a los individuos; en segundo lugar, como antídoto contra el poder de los autoritarios y los algoritmos.
Vivimos en una época de rabia. La gente considera que su voz es ignorada por unas élites distantes que ya no están dispuestas a responder de sus actos. Es algo que no ha ocurrido por accidente. Se trata de la culminación de una acción de retaguardia que hace décadas que dura y que pretende neutralizar la democracia y marginar a los que exigen las tres dimensiones de la libertad: franqueza, igualdad y responsabilidad.
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Traducción de Damià Alou.
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