"amor-odi entre Londres i París", Rafael Ramos

Con economías similares y recelos históricos, Francia se lo pone difícil a Londres El acuerdo –o no– del Brexit pasa por la secular desconfianza y la estrecha competencia económica entre franceses y británicos

Las relaciones entre Alemania y Francia por un lado, y entre Francia e Inglaterra por otro, han sido cruciales en la historia de Europa. Y no es ninguna sorpresa que la firma (o no) de aquí al domingo de un acuerdo comercial entre Londres y la UE pase necesariamente por ellas.

Desde el principio, Downing Street calculó que la canciller Merkel sería más fácil de persuadir en defensa de sus intereses que Emmanuel Macron porque, cosas de la historia, su aproximación a la política es más pragmática que ideológica, y Alemania tiene en pura lógica un mayor interés en preservar un comercio bilateral sin tarifas que le permita seguir vendiendo coches Mercedes y frigoríficos Bosch a los británicos (el superávit comercial es de 45.000 millones de euros).

 

Londres creyó desde el principio que Berlín compraría con menos problemas que París su fórmula del Brexit

Por el contrario, con París existe una relación de amor y odio, de admiración y envidia, una desconfianza cultivada durante siglos y una estrecha competencia económica.

Franceses e ingleses han guerreado desde tiempos inmemoriales. Son y han sido amigos (el conflicto de Suez, la entente cordiale , la lucha contra el nazismo...), e incluso contemplaron una vez, en tiempos de Churchill, unir los dos países y formar la Unión franco-británica. Pero los galos se pusieron del lado de Escocia en numerosos conflictos de sucesión, y fue De Gaulle quien vetó en 1967 el ingreso del Reino Unido en la entonces CEE.

El análisis de que sería más fácil convencer a los alemanes que a los franceses no era descabellado porque –según fuentes del Foreign Office– Merkel ya había dado la semana pasada su visto bueno a un acuerdo comercial satis-factorio para Londres, que acep-taba plenamente su “soberanía”, y fue la intervención del tándem Macron-Barnier la que lo echó todo por tierra, oliéndose la tostada y añadiendo nuevas condiciones de alineamiento regulatorio. El negociador de la UE, que no es muy ducho informáticamente hablando, había quedado relegado a un segundo plano al verse obligado a guardar cuarentena por un foco de la Covid-19 en su delegación, y consideró que las concesiones que se habían hecho a los británicos eran excesivas y tenían el potencial de distorsionar el mercado único. Sutilmente, informó al Elíseo y se movieron las piezas para una marcha atrás.

Aparte de la rivalidad histórica, Francia es quien tiene una economía más parecida a la del Reino Unido, de un volumen y estructura similares (combinación de manufacturas, servicios y alta tecnología), con considerable dependencia de los servicios financie-ros. Son rivales naturales a la hora de competir por la inversión extranjera, por ser sede de bancos europeos y de fábricas. El superávit comercial francés es nueve veces inferior al alemán. El sector de la pesca tiene a ambos lados del Canal de la Mancha un gran valor simbólico, y los dos países son exportadores de alcohol, whisky en un caso y vino en el otro. El gran beneficiario de las potenciales pérdidas de la City sería París.

“Mientras para los británicos la gran lección del siglo XX es que logramos sobrevivir solos sin estar ligados al continente, para los franceses es la necesidad de construir una Europa unida, que impida futuras guerras con su vecino alemán, en la que ellos tengan un papel de coliderazgo –dice William Hague, exlíder tory y exministro de Asuntos Exteriores–. Los amigos galos recelan de la relación nuestra con Estados Unidos, y temen que los anglosajones siempre vamos a intentar hacerles una jugarreta”.

La animadversión de los británicos hacia los alemanes no ha desaparecido, pero respetan su economía y su pragmatismo. A Francia la quieren y la odian al mismo tiempo, pero ven enormes agujeros en su economía y nivel de deuda pública (como si la suya no los tuviera), dicen que la reforma de las pensiones de Macron ha fracasado, y ven al país más cerca del Club Med europeo (España, Italia) que del “núcleo carolingio” (Alemania, Austria).

En lo que ha fallado el cálculo de Londres es en que Berlín y París se mantendrían –escaramuzas de los últimos días al margen– unidos hasta el final. Cuando Macron amenazó con el veto a un acuerdo que no fuera conveniente para Francia, la canciller Merkel hizo suyas las exigencias del Elíseo, siempre intentando la búsqueda de un compromiso. “Los ingleses son como un niño enrabietado que grita y llora –dice un diplomático galo–. No hay que hacerles demasiado caso o estás perdido”.

Presidentes franceses desde De Gaulle a Macron han tenido un papel importante al combatir las pretensiones británicas, ya sea frustrando los intentos de ingreso en el Mercado Común, empujando a Londres a apuntarse al tratado de Maastricht e imponiéndole una integración política superior a la que deseaba, o rechazando las demandas para hacer más digerible seguir en la UE de cara al referéndum.

“La gran ironía de las negociaciones –dice Hague– es que nosotros queremos reservarnos el derecho a conceder subsidios que nunca concederemos, y la UE exige un alineamiento regulatorio que seguramente nunca será necesario”. Europa es un agujero negro cuya fuerza gravitacional ha devorado a seis primeros ministros del Reino Unido –Macmillan, Heath, Thatcher, Major, Cameron y May–. El tiempo dirá si Boris Johnson es el séptimo.