Es cierto que Trump y los Estados Unidos no son sinónimos. Triunfó en las elecciones de 2016 a pesar de obtener tres millones de votos menos que su contrincante y su índice de aprobación pública nunca ha superado el 50%. Aun así, es el presidente de su país y eso lo convierte en el hombre más poderoso del planeta. A pesar de que a menudo sus acciones son absurdas y contradictorias, tienen serias consecuencias en el mundo real, especialmente en los aliados más cercanos a Estados Unidos. En su reciente parada en el Reino Unido, Trump incluso se atrevió a describir a la Unión Europea como un “enemigo”.
Al buscar alterar prácticamente todo lo que ha definido a Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Trump ha llevado al mundo a una encrucijada histórica. No está en juego la relación entre EE.UU. y la UE, que sigue siendo sólida, sino más bien la posición predominante de Occidente en la escena mundial. Trump está acelerando un cambio en el balance global de poder que debilita en términos relativos tanto a Estados Unidos como a Europa. A medida que los ingresos y la riqueza pasan de Occidente a Oriente, China tendrá una creciente capacidad de desafiar a Estados Unidos como la principal potencia geopolítica, económica y tecnológica del mundo.
Esta transición no ocurrirá de manera fluida. El reequilibrio de poder que ya está en camino podría determinar el destino de las democracias, estados de bienestar, independencia y modo de vida de Europa. Si esta no se prepara bien, no le quedarán más opciones que depender de Estados Unidos o China: atlantismo o eurasianismo.
Los europeos no deben contar con las alianzas o reglas actuales para ofrecerles protección durante este periodo, pero tampoco recaer en la lógica política de las potencias tradicionales del siglo diecinueve. Bien puede ser que el mundo se encamine a una situación en que ninguna potencia tenga una hegemonía clara y las grandes potencias compitan constantemente. Pero las circunstancias de hoy son muy distintas a las de la era del “Gran Juego”. Si aumenta la rivalidad entre China y Estados Unidos, no será una situación muy ventajosa para el Viejo Continente.
Para los europeos, el siglo diecinueve estuvo marcado por las consecuencias de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, mientras que el siglo veinte se caracterizó por las dos guerras mundiales, la Guerra Fría y el desarrollo de las armas nucleares. Tras la Segunda Guerra Mundial, se impusieron dos potencias no europeas -Estados Unidos y la Unión Soviética- y Europa se convirtió en otro cuadro del tablero de ajedrez.
Hasta ese momento Europa había regido al mundo, en gran medida gracias a su superioridad tecnológica, pero su predominio acabó con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Europa (y especialmente Alemania) se dividió entre las dos nuevas potencias y, en la práctica, la soberanía europea sucumbió a la política exterior estadounidense y al Kremlin.
Es cierto que Francia y Gran Bretaña, como las dos potencias europeas victoriosas, conservaron un resto de soberanía como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (y, más adelante, como estados dotados de armamento nuclear). Pero, considerando el equilibrio de poder global, esto fue más simbólico que un reflejo de su influencia real.
Con el fin de la Guerra Fría, toda Europa adoptó una firme orientación transatlántica. En términos de seguridad, dependía de Estados Unidos, pero en los frentes económico y tecnológico, los europeos habían recuperado su soberanía. En lo institucional, esta división se manifestaba en la OTAN y la UE, respectivamente. Es un arreglo que nos ha funcionado bien, pero que Trump está atacando ahora.
En especial, tres acontecimientos han dado a Europa razones para temer por su futuro. El primero es que Trump ha seguido cuestionando el compromiso de Estados Unidos con la defensa mutua estipulada en el Tratado del Atlántico Norte. Segundo, su gobierno ha ido socavando activamente la Organización Mundial de Comercio y el sistema de comercio global sobre el que se basa gran parte de la prosperidad de Europa. Y, tercero, el ascenso de la digitalización y la inteligencia artificial ahora amenazan con poner patas arriba las jerarquías tecnológicas globales.
Cada uno de estos acontecimientos representan un reto sobre el lugar de Europa en el mundo. La pregunta es si la UE recuperará su plena soberanía y se reafirmará como potencia mundial o se quedará atrás definitivamente. Este es el momento de la verdad. No habrá una segunda oportunidad.
Solo la UE puede recuperar la soberanía europea en el siglo veintiuno. Si la tarea recae en estados naciones tradicionales como el Reino Unido, Francia o Alemania, no funcionará. Recuperar la soberanía no solo requerirá un esfuerzo enorme, sino también un frente unido y una nueva forma de entender la relación entre la UE y sus estados miembros. El proyecto europeo seguirá facilitando el comercio y garantizando la paz, pero ahora deberá consagrar también la soberanía conjunta.
Si la UE lo logra, Trump le habrá hecho un gran favor sin saberlo. A veces, la historia ocurre de maneras extrañas. La clave es tomarla como viene y no dudar cuando llegue el momento decisivo.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
BERLÍN – Tras el reciente viaje europeo del Presidente estadounidense Donald Trump, que culminó con la tristemente célebre conferencia de prensa conjunta con el Presidente ruso Vladimir Putin, ya no caben dudas de que él y sus partidarios desean destruir el orden internacional impulsado por los estadounidenses y el sistema de comercio global.