Unions Europees
Después del Brexit nada será igual. Ni para los británicos, ni tampoco para los 27 países que quedarán en la UE. La salida programada del Reino Unido actúa ya de alarma que hace reaccionar a muchos países del norte y del centro de Europa y espolea los temores de los pequeños estados, que han partido a la búsqueda de nuevas alianzas. Ha empezado la construcción de un nuevo equilibrio de fuerzas en el interior de la Unión Europea.
No les faltan razones a países como Holanda, Suecia, Dinamarca, los Bálticos y los centroeuropeos para reaccionar. El Reino Unido es uno de los grandes, con un 12% de los votos en las instituciones europeas, un país del norte, abanderado del libre cambio y escéptico de la conveniencia de la unión política. Sus poderosas espaldas daban cobertura a otros estados más pequeños, que le buscaban como referencia, que le necesitaban como apoyo.
“Los países pequeños nos sentimos huérfanos”, declara a este periódico Caroline de Gruyter, periodista y analista del think tank Carnegie Europe. Holandesa de nacimiento, residente en Oslo, y moviéndose regularmente por Europa, ha analizado cómo el Brexit está modificando la balanza de fuerzas. Su conclusión es que “el Brexit está cambiando nuestras mentalidades. Era demasiado fácil para muchos de nosotros escondernos detrás del Reino Unido”. En el mar, los peces pequeños temen ser devorados por los tiburones. En la Unión Europea, los estados pequeños temen el poder de los dos grandes, Alemania y Francia, que con la partida del Reino Unido aumentan su peso relativo. Por supuesto que todos están pendientes del tipo de relación que están fraguando la canciller de siempre, en su cuarto mandato consecutivo, y un presidente francés efervescente, con sólo un año en el cargo, con iniciativas nuevas y capacidad de seducción.
“Es como si ahora Suecia finalmente se esté convirtiendo en miembro de la UE”, dice Eva Sjögren, directora del Instituto Sueco para Estudios Políticos Europeos. Es el despertar de un país que lleva más de 20 años en la Unión pero que con el Brexit empieza a contemplarla de una manera distinta, a ser consciente de que necesita una nueva estrategia en su relación con la UE. En el informe que elaboró sobre el Brexit, Sjögren identificó Suecia como el aliado más fiel al Reino Unido. En el período 2009-2015, en el Consejo de Ministros de la UE Estocolmo votó junto a Londres en casi 9 de cada 10 votaciones. La conclusión es que “cuando los británicos se vayan, Suecia no perderá sólo un aliado próximo, sino también un puente importante de relación con los otros estados miembros”.
El anuncio del Brexit ha disparado la sensación de orfandad en países muy distintos, no sólo entre los pequeños, también entre los nórdicos, los poco integracionistas y los que no forman parte del euro. Lo que lleva a la formación de alianzas regionales, coaliciones de intereses que agrupan a distintos países
en función de un objetivo concreto, y que pueden ir variando según
el tema.
Una de las alianzas más significativa es la denominada Liga Hanseática 2.0, en referencia a la federación de comerciantes y ciudades del norte de Europa que tuvo su apogeo en el siglo XIV. Su versión actual la componen Holanda, Suecia, Dinamarca, Finlandia, los tres bálticos e Irlanda; también conocidos en Bruselas como Holanda y los 7 enanitos. En esta alianza nadie discute el papel de liderazgo de Holanda de la mano de su primer ministro, Mark Rutte. “Holanda ya es el tercer país de mayor influencia en la dirección de la UE”, afirma Mark Peeperkorn, una de los corresponsales holandeses más veteranos en Bruselas. El periodista de De Volkskrant se basa en el activismo y liderazgo europeo que está ejerciendo Rutte en el último año y medio, y en cómo aprovecha las ausencias de otros grandes. Italia, España y Polonia están muy poco activas, sea por problemas internos o por desinterés en la política europea.
En su tercer gobierno, al frente de una coalición de derechas y marcadamente euroescéptica que componen cuatro partidos, el liberal Rutte ha dado un giro a su actitud respecto a Bruselas. Primero, cambiando un discurso de crítica permanente por otro más positivo; y en segundo lugar, jugando a protagonista. “Rutte considera que la UE no es perfecta, pero quiere sentarse en la primera fila para conducirla”, afirma Mark Peeperkorn. Lo demuestra su agenda con múltiples viajes y encuentros con distintos líderes europeos, y lo escenificó con su discurso en Berlín el 2 de marzo de este año. Su primer gran discurso de política europea en el que desgranó su retrato de la UE, un club de estados que necesita más pragmatismo y menos visionarios. “La UE no es un tren imparable que acelera hacia el federalismo… Este no debe ser nuestro objetivo”, afirmó Rutte en ese discurso, poniendo sus límites a la integración europea. Y remachó: “Debemos trabajar hacia una Unión más perfecta, no una más integrada”.
Una semana después, los ocho ministros de finanzas de la Liga Hanseática firmaron una declaración para fijar sus líneas rojas en la reforma de la eurozona que propone el presidente francés, Emmanuel Macron. Son ocho países pequeños que comparten geografía, política económica y temor a ser arrastrados por los grandes. La declaración fue una muestra de la rebelión del norte contra los proyectos de Macron y un aviso a Merkel para que no ceda, que mantenga sus posiciones aunque ya no tenga a un halcón como Wolfang Schäuble en el ministerio de Finanzas. Rutte discrepa de los proyectos de Macron para reformar la zona euro, pero coincide con él en muchos otros temas. Comparten generación, pragmatismo y ganas de liderar Europa. De cómo se entiendan Merkel y Macron dependerán muchas cosas, pero los países pequeños han decidido entretejer alianzas para asegurarse de que, aunque sin Alemania y Francia nada se puede hacer, que ellos solos tampoco puedan decidirlo todo.
“El 2016, el año del Brexit, fue un año horrible –afirma la analista Carolina de Gruyter–, fue el año en que parecía que Le Pen en Francia y Wilders en Holanda podían ganar. Cuando asesinaron al embajador ruso en Turquía, se habló de un ‘momento Archiduque Franz Ferdinand’. La atmósfera ha cambiado. El 2016 fue el año del populismo. En el 2017 los antipopulistas han encontrado su voz”.
El Brexit ha cambiado la relación de la clase dirigente de muchos países respecto a la Unión Europea. La denigración constante, la culpabilización permanente de la UE tiene sus consecuencias, como recordó el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, después del referéndum del Brexit: “Si durante años, si no décadas, estás diciendo a tu público que algo funciona mal en la Unión Europea, que es demasiado burocrática, no te puedes sorprender si los votantes te acaban creyendo”.
El Reino Unido pagará un precio por el Brexit, pero para Holanda un Nexit sería una catástrofe. Un temor se extiende: no hagas nada, deja que siga creciendo el sentimiento antieuropeo y un día alguien convocará un referéndum y puede ganar la salida de la UE. Es la lectura que ha hecho la clase política holandesa, y la de otros países nórdicos, que les lleva a buscar una nueva relación con Bruselas. Es un doble objetivo, ser más activos buscando nuevas alianzas flexibles para defender sus intereses, ahora que ya no está “papá Londres”, y un discurso más positivo hacia la UE para evitar distanciar irreversiblemente a su opinión pública de un club que ahora perciben más imprescindible.